Las pesquisas de Teresa

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Terrazos, 2016

—He estado con Andrés. Así se llama el hombre que se llevó el libro. Estoy segura de que se trata de él. Ya había soñado con él antes, es el mismo joven que me llevó de la mano en un barco buscando un libro, el día que se lo llevó de la trastienda.

Teresa acababa de abrir los ojos en el sofá de su casa y permanecía recostada mientras Genaro llenaba un vaso de agua en la cocina colindante.

—Cuéntamelo todo, cualquier detalle es importante. ¿No has visto a Eva?

—No, solo estábamos él y yo, en una playa, en un balneario, a lomos de un dragón. Parecía dispuesto a darme explicaciones, incluso le notaba algo desesperado, como si quisiera confesarme algo, pero no encontraba la manera de expresarse con claridad. Allí es todo tan abstracto, tan equívoco...

—Pero estoy convencido de que tú eres capaz de entenderlo mejor que nadie, Teresa.

—Sí, es cierto. Por algún motivo, puedo hablar con él, puedo elegir mis intenciones. Pero durante el sueño ninguno de los dos, ni él ni yo, hemos recordado que ya habíamos estado juntos, buscando el libro. Su mundo es tan cambiante que le resulta imposible saber lo que ocurrió en el pasado. Realmente, allí el tiempo no transcurre de la misma manera.

—No, allí las cosas ocurren y dejan de ocurrir sin orden ni lógica, ciertamente. Para encontrar a Eva y hacer que entienda dónde está, vamos a necesitar suerte y pericia. Pero confío en usted.

Teresa bebió del vaso que le ofreció Genaro.

—Andrés estaba escondiendo algo, y durante el sueño yo sabía que se trataba de algo muy importante, que yo debía ver, pero él no quería mostrármelo. Lo escondía con mucho celo, pero también tenía miedo de ese objeto, que sin duda era el libro que robó de la trastienda, y que ahora guarda en ese lugar. Por un lado, decía que todo estaba a punto de desmoronarse; por otro, escondía el secreto que evitaría ese desmoronamiento.

Teresa meditó unos instantes antes de emitir su conclusión sobre el sueño que acababa de tener.

—Creo que Andrés actúa obligado por algo, o por alguien. Está coaccionado. Si tuviera libertad de actuación, arreglaría las cosas; pero no puede.

—¿Y sabe usted por qué puede ser?

—Me contó una historia, pero no la recuerdo bien. Algo relacionado con un dios que no quería morir, y que hizo un pacto con un sueño. Aunque mientras me lo contaba lo entendí perfectamente, ahora no logro atar todos los cabos de la historia.

—Bueno, al menos ya sabemos que ese personaje posee el libro. Me pregunto por qué considera tan importante esconderlo.

—Quizás no quiere que nadie más entre o salga. Él dice que es un guardián, una especie de pastor de los sueños.

—Por eso debe usted convencerlo, Teresa. Que sepa que Eva no pertenece a ese mundo, que la deje salir, que la libere.

—Pero allí me resulta imposible hacerlo. Lo guarda con gran celo, siempre lo tiene presente, como si supiera que alguien más lo desea. Tiene mucho miedo. Y no es fácil mantener una conversación, todo se confunde, como si la vida descansara sobre un colchón de agua.

—Quizás sea su propio miedo, Teresa, el de usted y no el de ese personaje. Al fin y al cabo, el sueño es suyo.

—No, yo no sentía miedo. Al contrario, me invadía una sensación de seguridad, como si ya perteneciera a ese lugar. Siempre me ocurre en mis sueños, me siento mejor allí que aquí. No es que esté mal aquí, entiéndame, pero allí...

OnironautasWhere stories live. Discover now