El sueño de Andrés

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Terrazos, 2016

Las diez y veintitrés. El plato ya está seco, lo voy a meter en el armario de la loza. El pasillo, perfecto. Todo impoluto, las puertas cerradas. La del aseo, uno, dos y tres intentos: cerrada. La del salón, uno, dos y tres, cerrada. Y la de la entrada, uno, dos, tres, cuatro y cinco. Pestillo echado y todo encajado. Puedo acostarme tranquilo. La pasta de dientes, el cepillo, dos minutos, a partir de ya. Y el grifo bien cerrado. Bien, bien, Andrés. Hoy vas a dormir como un angelito. Estás cansado, la jornada ha sido intensa. Muchas mariposas para clasificar, el envío de Zimbabwe ha sido interesante. Muchas, y mañana más. Hermosas, inconscientes. Bellas sin saberlo. Las mariposas. Todo en orden, la habitación limpia y la ropa para mañana esperando su turno sobre el diván. Las gafas, en su tapete. Las luces apagadas. La persiana, cerrada, pero con un resquicio de un centímetro debajo. Buenas noches, buen mundo; buenas noches, guardianes de capas blancas que rondáis por mi casa. No me interrumpáis hasta mañana...

Este salacot me baila un poco, pero parece que aguantará el traqueteo del elefante. Para tratarse de un elefante verde, parece más grande de lo normal. Aunque claro, no hay traqueteo porque volamos, volamos, es una expedición interesante.

Debodescender hasta la sabana, allí me están esperando. ¿Quién será esa dama? Aún está a miles de kilómetros, pero es una mujer hermosa y anciana, aunque su piel sea blanca y esté tan pálida como una perla. Sí, es una estatua, es un icono, es la imagen de alguien que realmente no debería estar aquí. Quiere mi ayuda. Normal, yo soy quien puede ayudarla, yo sé quién soy, y ella no. Vamos, elefante, vamos. Quizás estemos a tiempo.

—¿Es usted el joven que estaba aquí antes, el asistente del emperador inglés?

—Sí, señora, y usted se parece a una actriz conocida; aunque no lo es, usted se llama, se llama...

—Debemos darnos prisa, joven. No siga tirando de las riendas del elefante verde, va a estrangularlo.

Tiene razón la señora. Sin darme cuenta, estoytirando del elefante, que al estar lleno de helio quiere seguir volando. Pero no puedo soltarlo, me quedaría sin transporte. Que se fastidie, no puedo permitirme perder el elefante. Quizás deba transportar en él a esta mujer, quiere ir muy lejos.

—¿Y qué se le ofrece, señora?

—Usted sabe salir de aquí, ¿verdad, joven? Me han dado buenas referencias.

—Todo es ponerse. Como en cualquier cosa. Yo selecciono mariposas en una galería de arte entomológicoy antes no sabía hacerlo. Es cuestión de ponerse.

Que sepa que no soy un cualquiera. Que confíe en mí. Si se va sin mi ayuda, está perdida.

—Yo debo regresar, pero usted me didónde, porque ya una no está para estos trotes, fíjese que ya tengo una edad, aunque no lo parezca. ¿Dónde voy, dónde, a mi edad?

Una edad avanzada, sí. Aunque sea joven y hermosa, es una mujer antigua, de la Edad de Piedra. Una diosa de los tiempos oscuros; una hiena mágica, un ángel travestido, una santa que no pudo ejercer su profesión de iluminadora. Pero no es mala persona, al contrario. Si no, ya me habría quitado las riendas del elefante, como una ladrona; y sin embargo aquí estamos ya, volando juntos, ella detrás, observando el paisaje desde las alturas, asiéndose el sombrero; y yo a las riendas, ¡arre, arre!, guiándola hacia la salvación. No sé dónde ir, pero no me preocupa, algo va a pasar que lo solucionará. Es curioso, el elefante flota serenamente, pero la mujer se mueve arriba y abajo, necesita agarrarse al lomo del animal como si estuviera a punto de caerse.

OnironautasWhere stories live. Discover now