La vergüenza de Teresa

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Terrazos, 2016

—Eso fue lo que ocurrió, don Genaro. Me quedé dormida y alguien se llevó el libro. Y me siento fatal, porque lo mismo podría habernos robado el dinero del cajón, o cualquier otra cosa. O lo que podía haberme hecho a mí. No quiero ni pensarlo.

Don Genaro miraba a Teresa, pero ella se daba cuenta de que no la estaba escuchando, así que la joven decidió dramatizar un poco más para intentar librarse de las consecuencias de lo ocurrido, que si dejaba las cosas así sin duda iban a ser el despido y el desalojo de su piso junto a la librería.

—Si el que se llevó el libro hubiera querido aprovecharse de mí, y luego haber quemado la librería conmigo dentro... no quiero ni pensarlo, don Genaro, pero entiendo que esté usted disgustado.

—Teresa, no se preocupe ya más por eso. No ha ocurrido nada de lo que está imaginando, y además sé quien ha cogido ese libro, así que no le dé más vueltas.

—¿Sabe quién ha sido?

Don Genaro permaneció en silencio, pero como no era un hombre amigo de los dramatismos ni las teatralidades, prefirió darle alguna explicación.

—Sí, Teresa. El libro que se han llevado era muy especial. Lo guardaba en la trastienda, entre los demás que no tienen valor, porque realmente no sabía dónde dejarlo, ni quería sacarlo de allí por si acaso. Es el libro que estaba leyendo Eva, mi esposa, cuando desapareció.

Teresa se quedó pensando unos instantes en los que don Genaro la observó con mucha atención, como intentando averiguar si ella comprendía el calado de lo que acababa de decirle.

—Ese libro perteneció a mis abuelos —continuó explicando—. Cuando me casé con Eva lo traje junto a otros libros antiguos, de diferente valor. Fueron lo primero que pusimos a la venta cuando abrimos la librería, en mil novecientos sesenta y dos. Vendimos casi todos, pero algunos no. Son los que quedan por estas estanterías de la trastienda.

—Me imagino que ese no sería importante, si no se vendió.

—Ese nunca lo pusimos a la venta. Estuvo oculto hasta que Eva lo encontró el año de su desaparición, en el setenta y cinco. Fue su lectura lo que provocó que desapareciera.

Teresa miraba a Genaro intentado que no se le notara la preocupación.

—No soy un viejo loco, querida niña. El libro que se llevaron ayer de la trastienda es el responsable de que mi esposa desapareciera hace cuarenta años. Estoy seguro.

—¿Y por qué?

—Eso no es fácil de explicar. Pero antes de que te lo cuente, dime una cosa: en las tardes que estás aquí, durmiendo en la trastienda, ¿nunca habías visto ese libro, nunca lo habías abierto?

—No sabía que existiera, don Genaro. Cuando vi el título que escribió en el papel el que se lo llevó, acompañado de los papeles y todo lo demás que dejó como pago, pensé que era una invención o una broma, porque como yo estaba dormida... pero luego comprobé que había un hueco en la estantería donde antes no lo había.

Don Genaro permaneció pensativo con la mirada baja y un evidente disgusto. Luego se echó la mano al interior de la chaqueta.

—Nunca te he enseñado una foto de Eva, mi esposa, ¿verdad?

—No, nunca la he visto.

Sacó la billetera de la chaqueta, la abrió y extrajo una foto ajada, que le pasó a Teresa. La fotografía en blanco y negro representaba a una mujer extremadamente hermosa, de grandes ojos claros y cabello rubio y ondulado, expresión inteligente y facciones dulces. Un rostro armonioso que miraba a la cámara con cierto desafío.

OnironautasWhere stories live. Discover now