Nueva vida en la trastienda

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Terrazos, noviembre de 2016

Teresa apartó la vista de la pantalla y se frotó los ojos con fuerza. Reclinó el sillón hacia atrás, poniendo las manos sobre su barriga hinchada.

—¿Cómo vas? —escuchó decir a Eva desde el mostrador—

—Despacio, pero bien. Acabo de traducir un texto bastante largo en el que escribió algo sobre ti.

Eva entró en la trastienda con varios paquetes sobre sus manos, que dejó con cuidado en una esquina de la mesa donde trabajaba Teresa. La joven le ayudó apartando unos cuantos folios y haciendo hueco entre la pantalla del ordenador, el escáner y los vasos llenos de rotuladores.

—No sé si tengo ánimos para saberlo, cariño —dijo Eva—. Me cuesta saber cómo puedes entender esa letra escrita a mano y además traducirla del checo al español.

—No lo traduzco yo, lo hace el ordenador. Yo solo escaneo las hojas, luego un procesador de texto las convierte en letras que puede entender el ordenador, y después las copio y las pego en este navegador de Internet, que es el que las traduce del checo al español. Pero es una traducción bastante mala, así que hay que interpretar lo que dice y reescribirlo para conseguir un texto inteligible.

Eva miró a Teresa con sorna.

—¿Inteligible? ¿Pero tú crees que hay algo inteligible en lo que me has dicho?

Teresa sonrió mientras se estiraba sentada en la silla. Tenía unas ojeras bastante profundas.

—Yo ya no entiendo nada de este mundo, Teresa —continuó Eva—. Desde el móvil a los programas de televisión, no entiendo nada. Como para saber qué hacen estos cacharros que traducen idiomas. Al final resulta que una no se hace vieja por la edad, sino por no haber seguido el ritmo de los tiempos.

—Es verdad, en realidad tú y yo tenemos casi la misma edad —dijo Teresa—. La única diferencia es que tú te has saltado los últimos cuarenta años.

—Sí, como si no hubieran existido. Aún no soy capaz de darme cuenta.

Teresa se incorporó pesadamente para ayudar a Eva, que seguía trasladando paquetes.

—No te muevas, niña. Que con ese bombo vas a tirar algo.

—Solo te estaba haciendo sitio en la silla, para que te sientes un rato conmigo.

Eva lo hizo. Permanecieron un rato en silencio, pensando.

—¿Tú crees que lo consiguió? —dijo Eva— Ya sé que dices que sí, pero ¿estás segura? ¿Lo que tienes ahí dentro no va a salir de la barriga hablando en checoslovaco?

—Lo consiguió, estoy segura. Yo misma los vi desaparecer, cayeron por un pozo.

—Espero que un pozo bien profundo. Y lo siento por Andrés, pero en fin...

—Yo entendí en el sueño que era un pozo sin fondo. Pero no sé qué estarían viendo ellos. En cualquier caso, cuando los arrojé, Andrés me miró con una expresión de triunfo.

—Nunca lo sabremos —dijo Eva—. Ya no podemos volver allí.

—Quizás sí, yo no pierdo la esperanza.

—Yo casi prefiero no volver, a mí no me importa no tener sueños. Pero claro, tu caso es diferente, tú saliste de allí.

—Eso no es tan seguro, puede que no.

—Teresa, seguro que sí. Estoy convencida de que naciste en el momento en que yo me perdí en ese mundo. No sabemos dónde, ni quiénes fueron tus padres, si es que existen. Quizás ni siquiera tuviste forma hasta que no te presentaste en la puerta de la tienda. ¿Por qué no, si ya hemos visto imposibles suficientes como para que nos encierren a las dos? Yo también desaparecí de aquí, Andrés se materializó en este mundo de la misma manera... que tú hayas existido de manera espontánea tampoco sería de extrañar, dados los precedentes.

OnironautasWhere stories live. Discover now