Peligrosa conexión

260 46 34
                                    

—¿Por qué lo dice? ¿Acaso usted la conoce? —pregunté extrañado

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

—¿Por qué lo dice? ¿Acaso usted la conoce? —pregunté extrañado.

—La conozco lo suficiente como para saber de lo que te hablo. Hazme caso muchacho.—aseguró.

—Entonces dígame su nombre al menos, el de la dama.

—Entre menos sepas mejor para ti, sólo digamos que su padre es una persona que podría destruirte a ti y a toda tu familia.

No tenía porque creerle, quizás sólo no quería hacerlo. Tampoco entendía porque me decía todo eso.

—¿Y por qué me cuenta todo esto? Tampoco es que acose a la dama —interrogué más calmado mirándolo a los ojos.

Noté que Elie escuchaba en silencio.

—Llevo un tiempo observándote muchacho, tal vez me equivoque pero creo que tienes cierta atracción hacia ella. Puedes hacer caso omiso a mis palabras, sólo espero que algún día no te arrepientas.

Sus palabras denotaban sabiduría, se veía ese tipo de persona que no se equivoca que te advierte por tu propio bien. En algo si tenía razón, yo sentía una especie de conexión con esa muchacha que debía erradicar lo antes posible, antes de que fuera demasiado tarde.

En aquel momento hacerle caso parecía lo más lógico, pero recordaba que el también era un desconocido.

—Gracias por el consejo, lo tendré en cuenta —agradecí.

Me miró fijamente como si intentara gravar cada parte de mi rostro.

—Tu no eres de aquí ¿verdad?

Era tan obvio que tenía facciones latinas por Dios.

—En realidad no, soy originario de Venezuela. —confirmé.

—Un inmigrante, tu vida debe ser difícil pues aquí la gente es muy... Em ¿Cómo decirlo?.. Diferente.

—Creo que los adjetivos correctos son superficiales, creídos, poco bondadosos en su mayoría —aclaré.

Conocía cada rasgo de la personalidad de la mayoría de la gente. No me tomo mucho tiempo entender como funcionaban las clases sociales ahí.

—Y también muy cruel —intervino Elie.

—En el colegio todos me apartan y nadie quiere ser mi amigo, sólo que dicen que tengo zapatos feos —continuó.

Ante el comentario de la niña, el señor le miró a sus pequeños piecesitos. Traía puestos su único par de zapatos, unas pequeñas sandalias muy encubridoras pero a la vez desgastadas y sin color definido, que para colmo le quedaban algo pequeñas pues ya tenía dos años con ellas.

Acto seguido me rodeó y paso al lado de mi hermana.

—Toma pequeña, para que tu hermano te compre un nuevo par. —le dijo.

—muchas gracias —respondimos Elie y yo al unísono.

Habíamos recopilado bastante dinero hoy, primero gracias a la chica y luego al señor, emm.. no sabía su nombre.

—No tienen que agradecer, por cierto si necesitan lo que sea pueden venir a mi tienda que está al doblar está calle frente al parque de estatuas. —propuso.

—Muchas gracias, pero estamos bien no necesitamos nada de nadie.

Después de decir eso, noté la ridiculez de mi comentario pues, sino necesitaramos nada de nadie no tendríamos necesidad de mendigar. En realidad si necesitábamos y mucho, sólo que admitirlo me costaba un poco.

—Me llamo Albert y no debes estar a la defensiva conmigo, muchacho sólo intento ayudar —rectificó.

—Se lo agradezco.

—Eres muy orgulloso, sabes.

Si bueno, lo tenía bastante claro. Estar a la defensiva era la única manera de sobrevivir de los pobres y tener cierto grado de orgullo impedía que cayera en la auto compasión.

—Por cierto, me llamo Jayled. —me presenté.

—Y yo Elieryn.

—Valla tienen unos nombres algo extraños, no parecen latinos. —comentó riendo.

Automáticamente Elie y yo hicimos lo mismo. A pesar de que eso era algo que ya sabíamos dió gracias escucharlo de alguien más.

—Pues nuestra madre es una persona un poco, rara. Tiene gustos algo extraños cuando de nombres se trata —respondí.

—¿Qué edad tienes Jayled?

Por unos instantes dudé en si debía responder o no, ya que era la primera vez que me abría tanto a un desconocido. Por consiguiente, el era una persona con la que hablar era muy fácil, estaba seguro que no sería la única vez.

—Pues diecisiete años.

—Eres muy joven. Y pareces mayor pues  eres muy alto ¿Te ejercitas a menudo verdad?

—¿Se nota?

—Mucho— respondió.

La verdad que uno de mis pasatiempos favoritos a demás de correr, era el ejercicio. Solía hacerlo en un viejo parque con barras metálicas y más aparatos. Tal vez no de la mejor manera, pero me gustaba estar en forma.

—Yo tengo cincuenta y dos años mencionó.

No los aparentaba, parecía mayor pues era un hombre bastante canoso a pesar de no tener edad para tanto cabello blanco. Tambien estaba un poco bajito de estatura y ligeramente encorvado, su cuerpo denotaba años de trabajo duro, me pregunto a que se dedicaba.

—Ahora debo irme, ha sido un placer charlar contigo. La verdad espero que se repita, recuerda puedes ir a visitarme cuando quieras, eres bienvenido.

—Muchas gracias Albert.

Luego de eso se fue, quien lo diría, la primera persona que me trata bien luego de años aquí.

Entre tanta charla me había olvidado de la presencia de mi hermana. Estaba muy callada y mirando por los orificios de una vieja alcantarilla frente a nosostros.

—¿Qué pasa mi niña? ¿Por qué tan distraída? —indagué pues, no era nada normal tanto silencio en ella.

—El dijó que era peligroso que te acerques a la del sombrero.

No podía creer que sacara el tema de nuevo. Ella había creado una especie de obsecion con la dama.

—Elie ya basta deja el tema.

—Es mi culpa, yo me acerqué a ella ahora su padre vendrá y nos matará —dijo entre lágrimas.

Hay está pequeña dramática. A veces no conseguía entender el porqué de su sensibilidad.

—Escucha, tu nos has hecho nada malo y ese hombre no va a matar a nadie ¿Qué no has visto lo fuerte que es tu hermano? —la animé haciendo gestos raros con mi rostro y brazos.

Rió un poco y ya sabía que decir para que se animara.

—Hemos recolectado suficiente dinero por hoy. ¿Que te parece si compramos sopa y le llevamos a mamá y papá?

—¡Genial! —gritó muy feliz.

Fuimos directo a él restaurante a pocos metros de nosostros y nos sentamos en una mesa para dos. No podía creerlo, hacía mucho no visitaba uno de esos y era la primera vez de la niña. Se veía muy emocionada, balanceaba sus piecitos de adelante hacia atrás en la silla ya que no le llegaban al suelo. Apoyó la cabeza en la mesa y me lanzo un beso. Le mandé otro de vuelta y luego llegó la mesera con la carta.

Y yo no dejaba de pensar en lo que sentía, esa peligrosa conexión.

La dama del sombrero (TERMINADA)Where stories live. Discover now