Max Strauss

5.8K 537 427
                                    


BUAAAAH EMPIEZA TODO EL DRAMA. PREPARADOS, LISTOS...





Max Strauss



Amelie Ingram sonrió tristemente, por más que intentase reprimirlo Elizabeth podía percibir el dolor que le suponía ponerse hablar sobre aquel tema. A la muchacha le sabía mal que desnudase su pasado a una desconocida, por ello intentó disuadirla.

—Oiga, se lo digo en serio —le dijo la chica—, no tiene por qué...

—He decidido contártelo ¿no? —Ingram no dejaba de lado su buen humor, aunque parecía algo tensa—. Pues ya está, no hay peros que valgan.

La muchacha calló. Ingram parecía tozuda, pero de todas maneras no le hacía gracia andar indagando sobre el tema. Se sentía como una especie de intrusa o peor, como una cotilla. Ella detestaba a la gente que metía sus narices en asuntos ajenos que no le incumbían en absoluto, pero Ingram no parecía querer echarse atrás, así que finalmente se dio por vencida.

Amelie soltó un suspiro, como si tuviese que eliminar con él todos sus pensamientos para abrir paso a los sentimientos enterrados. Tragó saliva, se irguió en la silla y alzó la vista para mirar directamente a Elizabeth. La mirada de Ingram era clara y cristalina, inspiraba confianza.

—Cuando tenía veinte años viajaba por Europa con una compañía de teatro —su voz adquirió un matiz nostálgico—. Siempre quise ser actriz, así que me lancé a la aventura. No tenía mucho dinero pero viajaba constantemente y conocía a gente sin parar, aquello me llenaba.

Amelie hizo una pausa, comprobando que tenía toda la atención de la joven.

—Fue poco después de cumplir mis veintiuno cuando lo conocí —y entonces aquella sonrisa rota se ensanchó. A Elizabeth le recordó al gesto de Daniel cuando hablaba de su esposa muerta. Y también a la expresión que ella misma había puesto tantas veces cuando quería recordar algo con cariño, aunque fuese doloroso—. Se llamaba Maximillian Strauss, trabajaba como realizador de documentales para la BBC viajando por todo el mundo. Era mayor que yo, apuesto, amable y tenía dos grandes pasiones: viajar para explorar culturas nuevas y un pequeño niño de once años al que adoraba más que a nada.

Por primera vez desde que se había sentado, Elizabeth se atrevió a abrir la boca.

—Garrett —se aventuró a decir.

—El mismo.

—¿Qué sucedió entonces?

Amelie soltó una tímida carcajada.

—Pues lo que sucede siempre en éstas historias, querida —respondió la mujer, agitando la cabeza—. Que me enamoré de él como una estúpida. Aunque tuve suerte, él también se enamoró de mí. No es algo de lo que pueda presumir todo el mundo.






Garrett entró en su despacho dando un portazo tras de sí. Ni siquiera sabía cómo había llegado a la comisaría de policía, estaba altamente perturbado por toda la información que le había proporcionado Amelie. La posible presencia de Claire en su vida lo sumía en un estado de confusión e histeria que se veía incapaz de soportar mucho más tiempo. Estaba preocupado, se sentía impotente y no había nada que le molestase más que no tenerlo todo bajo control. Pero aquello no era algo tan simple como un imprevisto, la palabra Claire era sinónimo de caos y desgracia, e iba siempre acompañada de catástrofe. Que estuviese rondándole solo podía significar que deseaba algo de él nuevamente, la última vez ya le había destrozado la vida ¿Qué pretendería ésta? No podía quitarle nada, él ya no poseía nada.

Como agua y aceiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora