Situaciones inexplicables

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Situaciones inexplicables








Audrey despertó de repente, el sol se filtraba por las persianas de la habitación y ella, instintivamente, cerró los ojos. La luz le molestaba especialmente, cortesía de la resaca, sintió su cuerpo más pesado de lo normal, notando como su cabeza le pesaba tanto como un ladrillo de hormigón. Se incorporó lentamente, su cerebro se encontraba entumecido. Era una sensación desagradable pero no desconocida para ella, necesitaba beber agua urgentemente, corría peligro por deshidratación. No recordaba nada de la noche anterior, ni siquiera sabía cómo había llegado a casa, pero tampoco le importó. En aquellos instantes lo único que le interesaba era aplacar aquel dolor de cabeza de la forma que fuese.

Miró la hora, pasaban de las doce del mediodía. Recordó entonces que era entre semana, se había saltado toda la mañana de clases. ¿Pero cómo? Garrett era el que la llevaba al instituto y Audrey estaba segura de que su hermano no hubiese parado de molestarla hasta sacarla de la cama.

Estaba confusa, adolorida y la boca de su estómago se encontraba totalmente cerrada, creándole una sensación de perpetua náusea. Por un momento, al incorporarse, creyó qie iba a vomitar, pero supo contener las ganas.

Se levantó a duras penas, dando pequeños tumbos al principio. Estaba un poco mareada, pero no lo suficiente para dejar de andar, lo único que realmente le molestaba era que su cabeza  le dolía horrores. Salió de la habitación y se dirigió hacia la cocina en busca de algo para calmar el dolor. Cualquier pastilla común serviría,  luego ya se preocuparía por meterse entre pecho y espalda un litro de agua.

Audrey se pasó la mano por la cara mientras rebuscaba por los armarios de la cocina, a tientas, sin encontrar nada. Chasqueó la lengua, menuda lata. Bueno, a una malas podría husmear en la habitación de Harry, él siempre tenía todo tipo de potingues para sus jornadas de estudio intensivo.

—Por fin se levanta la princesa.

Audrey reconoció al instante la voz socarrona de Spike, volteándose hacia la dirección de la que provenía.

El joven  se había colocado justo al lado de la chica, llevaba una lata de cerveza en la mano y la observaba con sus dos cejas alzadas

Ella frunció el ceño.

—No estoy de humor, haz el favor de largarte.

—Ya sé que no estás de humor —asintió él, dándole un trago a la cerveza—. La trompa que llevabas ayer era buena.

Audrey no recordaba haberse topado con Spike la noche anterior, pero tampoco es que su mente dilucidase muchas cosas. El alcohol entremezclado con las drogas era un amnésico total, y la chica no había retenido ningún recuerdo en su cabeza. Lo miró, confusa.

—¿Nos vimos anoche? —Preguntó, bastante perdida.

Spike rodó los ojos.

—Yo te encontré tirada en el patio y te subí a casa —le explicó—. Elizabeth estaba despierta y se encargó de acostarte. Buena llevabas ¿eh?

Audrey hizo una mueca, lo último que le faltaba por aguantar era que Spike se pusiera a reprocharle nada. Él era el primero que volvía siempre tarde a casa y que, a veces, incluso se ausentaba durante días durmiendo a saber dónde. No era el mejor para dar lecciones de moral, y ella no se encontraba con ganas de escuchar tonterías.

—Corta el rollo —le espetó, y siguió buscando una aspirina cual desesperada.

—Que te metas toda esa mierda no te va a traer nada bueno ¿sabes?

Como agua y aceiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora