El plan

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El plan




Las tornas se habían cambiado, ahora era Elizabeth la que tenía amarrado a Wilhelm. Sin dejarle contestar las preguntas, llena de odio, la chica decidió que era más importante asegurar su propio bienestar, y a puño de pistola lo ató de pies y manos a la silla en la que ella había estado postrada apenas una hora antes.

La cabeza le iba a mil por hora, estaba más perdida que nunca. ¿Qué habría llevado a Hem a hacer algo así? ¿Sería posible que hubiese traicionado a su padre?. Elizabeth sabía que aquellos dos hombres eran como hermanos, la idea de que Wilhelm hubiese traicionado a Jack no terminaba de convencerla, era como que le parecía todo demasiado surrealista para ser cierto. Aunque ella había aprendido que el ser humano no tiene límites de ningún tipo, tal vez estaba subestimando la doble moral de aquel hombre.

Cuando se aseguró de que el criminal estaba bien amarrado, la chica volvió a incorporarse y lo amenazó con la pistola. Elizabeth tenía buen pulso, pero estaba tan nerviosa que el arma le temblaba entre los dedos. Intentó serenarse, necesitaba guardar la calma si quería que Wilhelm soltase prenda. Lo conocía bien —o eso creía—, y sabía de sobra que no era de los que hablan fácilmente, y que ni en los interrogatorios policiales aba su brazo a torcer.

—Ahora vas a explicármelo todo —le ordenó ella, apretando los dientes.

Wilhelm la miró de hito en hito, luego se observó a sí mismo y finalmente soltó un bufido de hastío. Chasqueó la lengua y agitó la cabeza.

—¿Quieres hacer el favor de soltarme? —preguntó, aunque no enfadado o asustado, sino más bien aburrido.

Elizabeth frunció el ceño.

—Por el momento todavía conservo el suficiente sentido común como para no soltar a un tipo que me ha secuestrado hace apenas unas horas, gracias.

—No es lo que tú te piensas —le advirtió, mirándola fijamente.

—¿Ah no? —Elizabeth alzó las cejas, irónica—. ¿Querías darme a probar el nuevo perfume de Chanel y sin querer pusiste cloroformo en el pañuelo? ¿Es eso?

—No te pongas a la defensiva, niña.

—Tienes razón —asintió ella, sin dejar la ironía a un lado—, la próxima vez tengo que darte un beso en la mejilla como agradecimiento por haberme secuestrado. ¡Mira cómo tengo las muñecas!

Elizabeth alzó ligeramente los brazos, dejando ver las consecuencias de su huida. Tenía las muñecas totalmente peladas, y la izquierda se encontraba especialmente perjudicada, incluso le estaba sangrando. Ella bajó de nuevo los brazos y le dedicó al hombre una mirada de odio profundo.

Wilhelm, lejos de inmutarse, rodó los ojos con exasperación, como si aquella escena le resultase increíblemente ridícula.

—Eso te lo has hecho porque te ha dado la gana —le dijo, torciendo el gesto—. Si te hubieras esperado te habría dicho que era yo, no tendrías que haber recurrido a motivarte como si estuvieses en Los ángeles de Charlie.

Elizabeth enarcó una ceja.

—Claro, tienes razón —ironizó, asintiendo—, tendría que haberme esperado para ver si mi secuestrador eras tú o cualquier otro maníaco descerebrado antes de intentar aprovechar mis oportunidades para huir. Eso hubiese sido mucho más lógico.

Como agua y aceiteWhere stories live. Discover now