Epílogo: todo final es un comienzo

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Epílogo:
Todo final es un comienzo





—¿Es necesario lo de la celda de aislamiento?

Jack se encogió de hombros y desvió la vista, era algo que siempre solía hacer cuando quería rehuir alguna pregunta comprometida.

Elizabeth soltó un suspiro, aquel hombre era imposible.

Habían transcurrido once meses desde la muerte de Claire, y tras todo el alboroto que supuso la huida de Jack y Wilhelm, el primero volvió a ser detenido y llevado a prisión, un jurado había dictaminado que por escaparse de la cárcel le correspondían veinticinco años más sumados a los cincuenta que ya cargaba por todos los robos cometidos durante su juventud. Además, tal y como todos imaginaban, le habían denegado la posibilidad de reducir su pena por el momento. Aunque Elizabeth estaba decidida a contratar un abogado en cuanto comenzase a trabajar tras sus estudios para poder apelar a esa sentencia. No iba a dejar que su padre muriese solo en la cárcel, y menos tras el coma del Wilhelm.

El socio de Jack y padrino de la muchacha todavía no había despertado. Comenzaban a perder las esperanzas, y el primero en hacerlo de notar era Jack, que se había negado a seguir con el resto de presos, solicitando su traslado a una celda de aislamiento tras protagonizar varias trifulcas violentas. Elizabeth sabía que no eran más que puro teatro para que dictaminasen que era un preso violento y no podía estar junto con los comunes. Ese viejo zorro cabezota, nunca iba a cambiar.

—No me apetece estar con la gente —comentó, bajando la mirada—. Son una panda de imbéciles, me molestan.

La chica chasqueó la lengua. En cuanto el abogado de oficio que llevaba el caso de su padre le avisó de la petición que aquel loco había solicitado no dudó en trasladarse a la prisión lo antes posible. Menuda estupidez, aislarse en un lugar ya de por sí aislado. Su padre no estaba bien de la cabeza.

Aunque lo que realmente le pasaba es que tenía los ánimos por los suelos. Era algo que Elizabeth llevaba observando desde hacía meses. Al ver que Wilhelm no despertaba, Jack iban decayendo cada vez más, y había dejado de lado su habitual carácter socarrón y malicioso para dejar paso a un mal humor transitorio que le producía ataques de ira momentáneos. La chica no podía sino expresar su preocupación ante aquel cambio tan radical en la personalidad de su padre aunque entendiese que él lo estuviese pasando mal.

—Papá, aislarte del resto del mundo solo hará que te encuentres peor —insistió Elizabeth, compungida—. Por favor, no hagas idioteces. Si te aíslan no podremos hacerte visitas. Ni yo ni Keith podremos. ¿Quieres eso? ¿Dejar de vernos?

Jack no la miró, sus ojos azules estaban clavados en la superficie gris de la mesa que tenía ante sí. Elizabeth había notado que durante aquellos meses parecía más cansado, más viejo y agotado. Como si ya no tuviese nada por lo que luchar o divertirse. Había perdido a su mujer muchos años atrás y ahora también sentía que no volvería a ver a su mejor amigo. Jack estaba solo, y el hecho de encontrarse encerrado en la cárcel y no poder disfrutar de la compañía de sus hijos y su nieto siempre que quisiese le hacía sentir todavía peor. Por supuesto, él no decía nada a nadie, había tenido más de un altercado con el psicólogo de la prisión por intentar ahondar en el tema, pero Elizabeth tenía muy claro qué era lo que sucedía, y se moría de pena.

Como agua y aceiteWhere stories live. Discover now