Paz

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Paz








Elizabeth entró en la sala, era la misma en la que había estado hablando con su padre, solo que en aquellos momentos no era Jack el que se encontraba allí, sino Wilhelm. La muchacha arrugó la nariz, aquel al que llamaba tío aunque no fuese más que el mejor amigo de su padre había cambiado bastante, se notaba el paso de los años en su rostro, y aunque sus cabellos seguían manteniéndose rubios, el color era de un tono más apagado y no tan vivaz como antaño. Aunque la chica no pudo negar que aquellos ojos grises, tan fríos e imperturbables, seguían como siempre.

Se adentró con cierta timidez, la última vez que se vieron ella era apenas una niña. Wilhelm le sonrió levemente, todo lo que él se permitía sonreír, y le hizo un gesto con la cabeza para que se aproximase sin miedo. Ella asintió, le devolvió la sonrisa cordial y se sentó.

—Tu padre ya me había dicho que estabas muy mayor —comentó el hombre, mirándola fijamente—, también me comentó que te parecía mucho a Ellen, pero no pensaba que tanto. Estás igual que tu madre.

Elizabeth asintió, complacida. Sabiendo que su madre era cómplice y miembro de la banda que encabezaban Jack y Wilhelm, la muchacha no sabía si aquella afirmación podía tomarse del todo como un halago, pero decidió dejar las hostilidades estúpidas a un lado.

—También estoy enfadada contigo, no te creas que te vas a salir de rositas —le espetó, cambiando su tono de repente y utilizando uno mucho más frío.

Wilhelm la observó durante algunos instantes más de una forma extraña, Elizabeth no supo interpretar lo que querían decir sus ojos, pero si recordaba algo de él era que Wilhelm podía llegar a ser tan misterioso como inexpugnable en lo que se refería a sus pensamientos internos.

El hombre bajó la mirada al cabo, sonriendo de forma ladina para sí, y soltó una leve risa irónica.

—Hubiese sido una verdadera decepción que me recibieses con los brazos abiertos, ciertamente —asintió—, aunque huelo menos hostilidad hacia mí que hacia tu padre, ¿me equivoco?

Elizabeth lo miró de reojo, había olvidado la facilidad que tenía Wilhelm para ver a través de las personas. De niña, aquel hombre siempre sabía cuándo mentía o  intentaba ocultar algo, era extraordinario. Irónicamente, tan solo Jack era capaz de averiguar qué era lo que estaba pensando él, y a veces ni eso.

—Es lógico, ¿no? Él es mi padre y me dejó tirada, obviamente el enfado que tengo hacia él es mayor.

—Tuvo sus razones para hacer lo que hizo —replicó Wilhelm, en un tono conciliador—. Bueno, todos las tuvimos.

—Yo era una chiquilla, Hem —escupió ella, endureciendo todas las facciones de su rostro—, no me vengas con discursos sobre la necesidad de hacer lo mejor para mí, porque apenas se me habían caído todos los dientes de leche.

Wilhelm se la quedó mirando una vez más sin decir nada, y Elizabeth no sabía si lo que hacía era buscar una respuesta apropiada a la situación o, por el contrario, se había sumergido una vez más en aquel mundo interior tan infinito que poseía. Con Wilhelm uno nunca podía hacer una apuesta segura en lo que respectaba a sus pensamientos.

Violentada por el silencio, Elizabeth se revolvió un poco en su asiento.

—Bueno —carraspeó la muchacha—, creo que me has llamado por algo. Bien, ¿qué sucede?

Sin apartar la vista de ella, Wilhelm y su semblante imperturbable hablaron sin un ápice de emoción en sus palabras.

—Sería propicio que aceptases la propuesta de tu padre para que cenemos todos juntos en Nochebuena —contestó con simpleza.

Como agua y aceiteWhere stories live. Discover now