El principio del fin

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El principio del fin




—¿Te han dicho algo ya?

Daniel negó con la cabeza, intentando no parecer demasiado lapidario para evitarle a Keith el preocuparse más dela cuenta. Menudo lío en el que se habían metido, menos mal que tenían una buena coartada y podían salir fácilmente del apuro. Aunque eso no quitaba que Wilhelm estuviese al borde de la muerte, o que Jack todavía anduviera por ahí suelto. Daniel se había visto obligado a informar a sus superiores de lo sucedido, aunque contando una versión ligeramente alternativa de los hechos.

Para la policía, Daniel y Remy se habían enterado de que los hermanos Matthews habían contactado con su padre, y junto a Strauss los localizaron en aquel motel de mala muerte, iniciando entonces una persecución. Supuestamente, los dos criminales parecían tener alguna cuenta pendiente con esa mujer, y justo cuando iban a detenerlos, ella disparó y cundió el caos. Algo enrevesado pero totalmente creíble.

—Enviarán a un par de agentes para acá, vienen con gente de la fiscalía —le explicó, sentándose a su lado. Los dos estaban en la sala de espera, ya llevaban allí más de una hora—. Supongo que para hacernos las preguntas pertinentes y todo el lío.

—¿Y Wilhelm?

A Daniel le daba muchísima lástima lo que estaba sucediendo. Después de todo, aquellos dos viejos locos no eran malas personas, sino un par de amigos que habían decidido tomarse la justicia por su mano a lo largo de sus vidas. Pero eran buena gente. Poco ortodoxos, extremadamente prepotentes y unos inconscientes, pero buena gente.

—No lo sé —respondió con sinceridad, mirando a los ojos de Keith—. Si sale de esta lo trasladarán a la prisión en cuanto vean que ya no es necesario que esté en el hospital. El problema es que tu padre y él se han fugado de la cárcel, probablemente les impongan una sentencia que no les permita reducir la condena.

Keith meneó la cabeza, indignado, y chistó con fastidio.

—Joder —masculló, molesto.

Lo peor era eso, no saber si Wilhelm saldría de aquella. Aunque no se habían demorado demasiado en llegar a un hospital, el hombre llevaba perdida mucha sangre y entró a quirófano en estado inconsciente. Los médicos traían bastante mala cara al verlo, y Keith no estaba seguro de que fuesen a ser igual de eficientes con él que con cualquier otro, tratándose Wilhelm de un criminal.

Las fechorías de Claire no podían cobrarse una víctima más, no, otra no. Ella tenía que pagar por todo aquello, y Keith esperaba con todas sus fuerzas que la encontrasen y le diesen caza como el animal rastrero y carroñero que era. Ojalá le arrancasen la piel a tiras. Ojalá le partiesen todos sus dientes. Si Wilhelm moría él mismo iría a matarla.

—Menuda locura —escuchó comentar a Daniel a su lado.

El policía se había quitado la americana , arremangándose la camisa. Tenía los codos apoyados sobre sobre las rodillas, curvando su torso hacia delante. Keith se revolvió el pelo con una de sus manos y soltó un suspiro.

—No es justo —le dijo, haciendo que Daniel lo mirase—. Que esa zorra esté por ahí riéndose de todos nosotros después de toda la mierda que nos ha hecho pasar. No es justo, tío.

Daniel no dijo nada, aquella era una de esas situaciones en las que uno debía callar y escuchar, simplemente. El asunto de Claire era totalmente familiar, y Keith se encontraba justo en el ojo del huracán filial de toda esa tormenta de pasados turbulentos y presentes inciertos. Parecía bastante más maduro que mucha gente, pese a sus pintas de punk barriobajero, y Daniel lo atribuyó a su paternidad. Siempre había pensado que los hijos cambian a las personas por dentro, aunque exteriormente sigan pareciendo las mismas. Y Keith era joven, pero se notaba en sus gestos y su forma de racionalizar las cosas que debía haber crecido mucho en los últimos años.

Como agua y aceiteМесто, где живут истории. Откройте их для себя