La caja de Pandora

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La caja de Pandora


Claire se había evaporado como el humo, marchándose sin dejar rastro. Audrey apenas tardó unos pocos minutos más que ella en llegar a la calle, pero cuando salió del edificio ya no había rastro de su madre. La acera estaba repleta de viandantes, la carretera de coches, pero ni rastro de Claire, era como si se la hubiese tragado la tierra.

La chica tampoco se extrañó, si algo caracterizaba a la mujer rubia era su talento innato para desaparecer a conveniencia. Sin embargo, eso no hacía que doliese menos.

Se sentó en el bordillo de la acera con las piernas juntas, hundiendo la cabeza entre los brazos. Tenía que aclararse las ideas. Mejor dicho, debía asimilar todo lo que acababa de suceder.

Un día le roba una cartera y resultaba que su víctima vivía con su hermano perdido. Con su hermano, todavía no daba crédito. Claire tenía un hijo mayor, y a juzgar por la reacción del tipo al verla no parecía que hubiesen tenido una buena relación. Aunque eso no era raro, si Claire la había tratado así a ella durante toda su vida, no le parecía nada nuevo que a su otro hijo también lo hubiese jodido. Aunque Audrey tenía la impresión de que Claire se había esforzado bastante en hacer que su hijo la odiase, esa reacción que tuvo al verla no fue ni mucho menos normal.

Lo que no entendía era lo otro, ¿cómo es que Claire la estaba dejando tirada justo ahora? Nunca se había hecho cargo de ella, jamás la cuidó como una madre, le dejaba un puñado de dólares y desaparecía durante meses para. Cuando le apetecía volvía, le enviaba un mensaje y se repetía de nuevo el ciclo. Pero Audrey había tenido que apañárselas sola durante toda su vida. La calle era su hogar, realmente. Siempre tuvo que hacer lo posible para conseguir dinero, en ciertas temporadas incluso llegaba a padecer tanta hambre que se veía forzada a cometer verdaderas locuras. Lo de robar carteras era tan solo una mínima parte de lo que había tenido que hacer para no terminar siendo hospitalizada por inanición. ¿Y ahora se iba? Claire tramaba algo, Audrey estaba segura. Lo que no entendía era el afán de la mujer con presentarle a su hermano. ¿Por qué ahora? ¿Por qué no antes?

De todas formas, Audrey no pensaba irse a vivir con ese tipo. En primer lugar, estaba segura de que el tal Garrett no se alegraba mucho de su existencia y ella tenía demasiado orgullo para irse dónde no era recibida. En segundo lugar, no lo conocía de nada y tampoco iba a mendigarle un hogar. Y, en tercer lugar, Audrey había vivido sola durante toda su vida. Si tenía que aguantar algún tiempo más lo haría. Además, ya tenía diecisiete años, podía buscar un empleo o algo así. Ella no tenía problemas en trabajar de cualquier cosa. Como si se veía forzada a ejercer la prostitución, le daba exactamente igual. El hambre es algo que obliga a hacer verdaderas sandeces, Audrey lo sabía porque las había hecho, y si tenía que hacer otras lo haría. Pero no iba a depender de nadie y, por supuestísimo, tampoco iba a dejar que la cogieran esos capullos de Servicios Sociales. Antes muerta que estar en algún centro de acogida.

—¡Menos mal, estás ahí!

Escuchó una voz femenina tras de sí, la chica se volteó y se topó con la muchacha que había visto antes en el rellano. Debía ser compañera de piso de los otros chavales. Audrey se dio cuenta de que había sido una estúpida quedándose justo delante del edificio, y cuando vio a la joven aproximarse hacia ella se maldijo para sus adentros.

—Esto... Hola, ¿cómo estás? —La joven parecía algo nerviosa. Audrey enarcó una ceja pero no dijo nada. Ella se sentó a su lado y la miró algo violenta—. Esto... a ver, la situación es un poco extraña pero...

Como agua y aceiteOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz