Quemaduras

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Quemaduras





La fiesta de los Vanderville terminó cerca de las cuatro de la mañana, pero entre unas cosas u otras Audrey y Keith salieron de la casa cerca de las cinco. La muchacha, acostumbrada como estaba a grandes juergas nocturnas que le ocupaban toda la noche, apenas se resintió al terminar tan tarde, aunque pese a todo se sentía cansada. No habían parado en todo el rato recorriendo la casa para hacer buenas fotos, estar tanto tiempo de pié sin moverse mucho desgastaba a cualquiera.

Keith recogería a Ashton a la mañana siguiente, después de descansar. No quería despertar a su hijo a esas horas para llevárselo al hotel, así que Audrey subió sola a casa, despidiéndose animadamente del joven.

—Espero que nuestra charla haya servido para algo —el fotógrafo alzó una ceja desde dentro del coche.

Audrey, que ya había salido y se aproximaba hasta el portal del edificio, lo miró y asintió.

—Y yo espero que no te denuncien por acoso —le advirtió ella, cruzándose de brazos.

Keith soltó una risa divertida.

—Bueno, no te prometo nada.

Se despidió alzando la mano y Audrey rodó los ojos mientras entraba en el edificio, apresurándose hacia el ascensor.

A pesar de que la noche había sido bastante productiva en lo que respectaba al trabajo, en cuanto tenía un momento libre, Keith se había dedicado a intentar tirarle los tejos a la tal Layla Vanderville. Aquel tipo no tenía ningún tipo de decoro, siendo un auténtico descarado y caradura. Lo único que había conseguido, por descontado, era asustar a la pobre muchacha y crearle a Audrey más de una crisis nerviosa ante esas situaciones.

Lo peor era que Keith no parecía de los que se rinden fácilmente, y si resultaba ser tan cabezota como su hermana, Audrey se temía que, al menos, le acabasen poniendo una orden de alejamiento.

Mientras repasaba lo sucedido durante la fiesta, Audrey llegó a su planta. Abrió la puerta con sumo cuidado, intentando no despertar a nadie, y encendió la luz de la cocina; un tenue resplandor amarillento que apenas iluminaba el fregadero y los fogones, pero que era suficiente para ver y no tener que utilizar todo el juego de luces de la casa.

Dejó el bolso y las llaves encima de la barra americana, aproximándose a la nevera. No tenía hambre, había pasado la noche entera abusando del catering, pero se notaba la garganta seca y necesitaba un buen trago de agua.

Cogió la botella  y le dio un buen sorbo, sentándose en uno de los taburetes. Se quitó la chaqueta que llevaba puesta para la fiesta y se revolvió un poco el pelo, el sueño comenzaba a asediarla en forma de bostezos y notaba como sus párpados se resentían a medida que pasaba el tiempo, cada vez más cansados.

Al escuchar un leve chirrido, Audrey se sobresaltó de repente, mirando a ambos lados para ver de dónde provenía el sonido. Al echar su vista a la derecha, observó a una figura salir desde la habitación contigua a la suya. Era Spike, vestido con unos pantalones de pijama a cuadros negros y una camiseta de tirantes, revolviéndose su abundante pelo oscuro y bostezando ampliamente. Se había despertado.

El joven parecía algo desconcertado, aunque caminaba hacia la luz casi por inercia. Sus ojos verdes estaban ligeramente achinados debido al contraste entre la oscuridad ennegrecida de su habitación y los destellos luminiscentes de la cocina. Cuando pudo situarse, miró el reloj que había encima de la nevera y luego a Audrey, torciendo el gesto con fastidio.

—¿Otra de tus noches locas? —Preguntó con cierta hostilidad, debido a lo poco que le gustaba el comportamiento de la chica cuando salía de casa.

Después de su última charla, en la que él había terminado hasta la coronilla de aquella tozudez tan insana que Audrey mostraba constantemente, Spike decidió mantenerse al margen de sus asuntos, pero eso no excluía alguna que otra pulla haciendo alusión al tema. Al menos para descargarse, porque pese a todo, al joven le seguía preocupando aquella situación.

Como agua y aceiteOnde as histórias ganham vida. Descobre agora