Una charla padre-hijo

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Una charla padre-hijo





Wilhelm Kaultzman se caracterizaba por su carácter tan frío como estoico y unos nervios de acero que soportaban casi cualquier situación, no por nada había aguantado al torbellino de Jack Matthews durante casi medio siglo sin acabar matándolo. Ladrón de profesión desde que podía recordar, Wilhelm se había curtido en el arte de tratar con la justicia, hasta el punto de domar los interrogatorios como si se tratase de lidiar con un animal doméstico. Si Jack Era bueno eludiendo las preguntas de los policías, Wilhelm podía considerarse un experto en la materia. Por supuesto, su éxito desquiciando policías no se basaba tan solo en su carácter imperturbable, sino más bien en la capacidad de prever situaciones. Así que cuando la pareja de policías salió por la puerta, Wilhelm se hizo a la idea de que le enviarían un pez mucho más gordo. Y aunque no dejó de molestarle, la aparición del joven rubio también era algo con lo que él contaba, una posibilidad de que rondaba la cabeza desde su charla con Jack, algo para lo que también se había preparado.

Al ver el nombre del chico en la tarjeta de identificación, el hombre frunció el ceño. Detestaba darle la razón a Jack, pero todavía odiaba más tener que enfrentarse a ciertas situaciones antes de lo planeado. Sin embargo, decidió que la presencia del muchacho no le influiría, sabía cómo domar sus emociones así que se mostraría impasible, si no le daba mayor importancia al tema no lo percibiría como algo problemático.

Cuando Garrett Strauss entró en la sala de interrogatorios lo primero que vio fue un gran periódico cubriendo el rostro del detenido, el tipo estaba leyendo tranquilamente un ejemplar del Times como si la situación no fuese con él. El policía pudo atisbar unos ojos grises que lo observaban por encima de las páginas. Con una expresión seria, se sentó frente al detenido y carraspeó sonoramente para llamar la atención. Sin embargo, no obtuvo respuesta alguna. Aquel viejo siguió leyendo apaciblemente, ignorando deliberadamente la presencia del joven. Garrett carraspeó nuevamente, logrando entonces establecer contacto visual.

Lo observó bien, debía rondar los cincuenta y pocos, su cabello era rubio aunque había perdido la intensidad debido al paso de los años, tornándose cano. Sus faciones eran duras y angulosas. Sus ojos, grises y rasgados, parecían un abismo inexpugnable.

El hombre lo miró con una ceja arqueada.

—¿Tienes problemas de garganta? —Inquirió, irónico—. De ser así quizás debieras informar a tus superiores. Yo no soy médico ni tampoco llevo caramelos para la tos.

El policía frunció el ceño, ya le habían dicho que Kaultzman era un hueso duro de roer y sabiéndolo el socio de El Fantasma no le extrañaría que se pusiese igual de imbécil.

—¿Y tú tienes algún tipo de afición por el teatro? —Contraatacó, sin dejar de mirarle—. Digo, porque me parece que ya tienes una edad para andarte con ese tipo de tonterías.

—¿Tonterías? —Inquirió, sin dejar de leer—. El último accidente ferroviario no es ninguna tontería. Las preguntas de un mocoso insolente, en cambio...

—Insultar a un agente de la ley no te servirá de nada —lo interrumpió Garrett, intentando que su voz sonase lo más calmada posible.

Wilhelm Kaultzman dejó el periódico al lado de la mesa, recostándose después sobre el respaldo de la silla. Se cruzó de brazos y observó a Garrett durante algunos instantes antes ladear una pequeña sonrisa.

—¿Agente de la ley? —Preguntó, con cierto tono burlón—. Por tu edad yo te hacía el chico de los cafés.

—Solo un necio juzgaría la inteligencia de alguien en base a su edad —le espetó, siseante—. Pero no he venido aquí para perder los nervios con los ataques mediocres de un viejo chocho, sino para que me respondas a un par de preguntas.

Como agua y aceiteWhere stories live. Discover now