Completamente solos

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Completamente solos


           

Harry observó la hora, pasaban de las tres de la tarde y sólo deseaba salir de su casa. La familia entera estaba reunida alrededor de la mesa para celebrar el día de Navidad, y entre que él no era de mucho comer y que las celebraciones de ese tipo le agobiaban en sobremanera, decidíó que lo mejor sería salir de allí a dar una vuelta. Pese al gesto de reproche de su madre y la mirada severa de su padre, Harry se marchó de casa para poder respirar.

Llevaba todas las vacaciones acatando las órdenes y designios de sus padres, así que ya era hora de respirar un poco. Las navidades resultaban realmente desesperantes en lo que a temas de sociabilidad se refería, y no es que Harry rehuyese a la raza humana, pero tener que fingir delante de familiares a los que no veía en todo un año que todo iba maravillosamente bien no era, precisamente, su idea de diversión.

Al salir a la calle tuvo que abrocharse el abrigo hasta arriba, de forma que casi le tapaba la boca. Había nevado y hacía bastante frío, más si se tenía en cuenta que dentro de su casa uno podía estar perfectamente en manga corta gracias a la calefacción puesta al máximo que su madre mantenía durante todo el invierno.

Se frotó las manos, intentándoselas calentar, aunque le fue bastante inútil porque ya se le estaban empezando a poner rojas.

No sabía muy bien adónde ir, era la hora de la sobremesa y el día de Navidad, así que supuso que la mayoría de los comercios del pueblo estarían cerrados. Decidió, pues, que se limitaría a andar hasta que el frío o el cansancio no le dejasen avanzar más y tuviese que volver a casa.

Deambuló durante un rato por las calles del pueblo, las grandes casas se erguían adornadas con motivos navideños, algunas incluso estaban provistas de grandes iluminaciones que, cuando cayese el sol, se encenderían llenando la contornada con cientos de colores parpadeantes a destiempo. Algunas, seguro, también irían acompañadas de una banda sonora a base de villancicos navideños.

Torció el gesto, tanta opulencia no le gustaba en absoluto. Harry siempre había pensado que Garrett era bastante radical en cuanto a su opinión sobre las celebraciones de aquel tipo, pero admitía que tenía razón cuando alegaba que la gente se pasaba tres pueblos con ciertas idioteces totalmente prescindibles. Como las luces, por ejemplo, que tan solo contribuían a gastar más electricidad de forma indiscriminada.

Suspiró, volviendo su vista al frente, y se percató de que uno de los ultramarinos de la plaza estaba abierto. Se sonrió a sí mismo dándose cuenta de que era el supermercado regentado por un tipo árabe.

Decidió entrar, en parte porque quería algo de beber, en parte porque así podría librarse del frío.

Aceleró el paso y entró en la tienda, abriendo mucho los ojos al ver quien se encontraba allí pagando. La sorpresa de Melanie, que se disponía a darle el dinero al hombre, fue casi la misma o incluso mayor, a juzgar por la mueca que puso al verlo.

Harry no supo bien qué decirle, la última vez que se vieron ella había salido corriendo y enfadada por unas razones que a Harry todavía le resultaban desconocidas. Y no sabía si debía obviar aquel desencuentro, disculparse, hablar de ello o simplemente saludar y ya está. Con Melanie nunca se sabía, cada dos por tres cambiaba su estado de humor y resultaba totalmente impredecible.

La rubia lo miró ligeramente cohibida, como si él la intimidase o algo parecido. Bajaba la mirada cada dos por tres, y pagó al hombre del ultramarinos de forma acelerada, como queriendo acabar ya con aquella transacción para poder largarse de allí.

—Feliz Navidad, ¿no? —Inquirió Harry, alzando una ceja.

Ella le giró la cara y le respondió con bastante frialdad.

Como agua y aceiteWhere stories live. Discover now