VIII. Consecuencias para un CEO

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En cuanto Malena De la Cruz estaba en el suelo inerte, los disparos pararon. Aparentemente ése había sido su objetivo todo el tiempo.  Las demás víctimas habían sido apenas daño colateral.  Podría decir que estaba impactado, pero esto era relativamente normal para la calle Abastos.  Aquí la gente muere o es matada o es comida con cierta regularidad.

Y aun así gente viene a vivir aquí todo el tiempo.  Hablando de la sobrevaloración de un empleo estable y bien pagado.

Pobres Marta y Jimmy.  No los llegué a conocer bien, pero parecían buenas personas.  Aunque, por lo menos sabía el nombre de ellos dos.  El otro agente de seguridad que murió apenas llegó a ayudarme ni siquiera se había presentado.  Debe ser el peor tipo de muerte, morir rodeado de personas que no saben quién eras.  A ver quién le dice a sus seres queridos que tuvo una muerte inútil.

"¿Señor?", escuché la voz de Jordan a través del intercomunicador del hombre que me había protegido los últimos segundos, cuyo nombre ya tengo problemas en recordar, si es que alguna vez lo supe. "¿Qué está sucediendo? ¿Qué quiere que hagamos?"

Me despierto de mi trance y le digo a Saul Mercer -así se llama el agente de seguridad al mando del equipo que mandaron a ayudarme- que no hay peligro. Que el francotirador había logrado su objetivo. Y que le diga a Jordan que manden un equipo al segundo y al tercer piso de la clínica.

Como había indicado inicialmente.  Quizás si alguien me hiciese caso a la primera en esta compañía tendríamos que pagar menos cuota de seguros.

Maldita sea. Esto me pasa por no ser suficientemente claro con un niño que pusimos de operador por sus habilidades como programador.  Saul y su equipo no debieron venir donde mí.  Debieron ir a la clínica, directamente hacia el francotirador.

Ahora teníamos dos gentes muertos y una De la Cruz eliminada.

No tengo ni idea de qué vamos a hacer ahora.

"¿Quién le va a decir lo que ha pasado?", Saul me mira con los ojos abiertos como platos.  No tendría sentido que sea el agente de seguridad el que se lo informe.  Lo obvio es que sea yo, el gerente general del Grupo De la Cruz, el que ingrese a la residencia de William y le notifique que su vampira favorita había sido acribillada por un francotirador que huyó.  

Tiene miedo por la posibilidad de que me tenga que acompañar.  El muy ególatra.  Le importa un rábano lo que me vaya a poder pasar a mí.

"Iré solo", le digo, como si tuviera una maldita opción. "Deja a dos agentes aquí para que me acompañen cuando salga.  El resto vaya a a la clínica.  Dile a Jordan que...", pierdo la paciencia y saco mi celular. "¿Sabes qué? Se lo diré yo directamente"

De pronto, mi valiente gesto no es necesario.  Los otros tres agentes de seguridad se ven asustados.  Uno de ellos incluso da un par de pasos para atrás.  Otro desenfunda su pistola sin darse cuenta.

Detrás de mí, por la puerta de la residencia, salía el mismísimo William De la Cruz.  El mismísimo presidente del directorio de la corporación en la que estos cobardes trabajan.

"¿Malena?", dice el vampiro mayor.  Está con esa aglomeración de ropas que a nadie le queda claro qué es. ¿Se trata de una túnica negra con niveles o es un traje negro con una capa encima? ¿Quizás una combinación intermedia? Nadie lo sabe.  Lo que sí tenemos claro es que añade misterio a la imagen de este ser, cuyos límites nadie conoce.

Nadie realmente entiende cómo funciona el sistema de control de un directorio sobre una empresa de miles de empleados.

Tengo el impulso de explicarle la situación, pero sé que eso sería peor.  Debo esperar a que él me dirija la palabra.  Esas son las reglas de la vida corporativa.  El presidente del directorio es el que habla primero.

Los vampiros de la calle AbastosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora