XVI. Directo a la oficina

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Me tambaleo hasta el ascensor. Presiono el botón para llamarlo y me sostengo parado solamente, porque me puedo apoyar contra la pared. Ahí me doy un segundo para planear los siguientes minutos. Primero, debo llegar a mi oficina y ponerme en contacto con Bert. Debo averiguar si alguno de los miembros de Mercnet tiene a la asesina Laura Franken. Después debo preparar a mi esposa y a mi hijo mayor para lo que se viene. Hace un momento casi muero y si ellos se hubiesen quedado sin mí, no habrían sabido qué hacer. Así que debo darles indicaciones ahora mismo.

Y luego debo ir al directorio. A la casa de William.

Si bien no sé si al final de la semana estaré aun vivo o para quién estaré trabajando, por lo menos tengo mi próxima hora bastante bien planificada. Eso es algo.

Llega el ascensor y se abre la puerta. Por suerte no hay nadie adentro. No habría podido soportar a alguien con quien conversar en este mismo momento. Agradezco la oportunidad de estar solo por unos segundos. Necesito pensar en la situación.

Es sorprendente cómo todo se ha complicado en un periodo tan corto. Usualmente los días son bastante repetitivos en mi trabajo. Una corporación como el Grupo De la Cruz no se mantiene haciendo grandes cambios todo el tiempo. Por el contrario, se trata de una organización bastante conservadora.

Por supuesto que el peligro siempre está latente. En cualquier momento uno de nuestros empleadores puede perder la cabeza y salir de caza. Puede perder el control y buscar la emoción de acechar humanos y capturarlos para comérselos o para matarlos chupándoles la sangre. Pasa con cierta regularidad. No obstante, lo que esto genera es rutina.

Cuando recibimos la notificación de que uno de los vampiros está de caza, se toman medidas que siempre son las mismas. Hay variaciones, por supuesto, pero tienden a ser las mismas. Ahí es que entra Laura Franken. Cuando se trata de un caso extremo, de un vampiro que se ha vuelto loco y tenemos permiso para destruir, enviamos a Laura a que se encargue. Ella tiene métodos que se adecuan a estas situaciones.

Nosotros no nos ensuciamos las manos. Los agentes de Murphy no suelen estar entrenados para esto. Sí, tenemos algunos elementos que podrían servir, pero preferimos mantener las manos limpias. Y pagamos bastante bien por hacerse cargo del problema, así que Laura no se puede quejar.

Ni ella ni ninguno de los miembros de Mercnet a los que contratamos cuando hace falta.

No es usual que pongamos un contrato sobre un De la Cruz. No realmente. Los que solemos mandar destruir son otros vampiros. Son otras criaturas que no son parte de nuestra organización. No muertos que se resisten a las reglas y ponen en peligro todo lo que hemos construidos. Se les comunica que deben someterse a los códigos o dejar de existir. Lamentablemente en ese estado irracional en el que se suelen encontrar, no suelen ver lo que les conviene y tienen que ser aniquilados.

Que su destrucción sea sádica y dolorosa es un extra que le permitimos a los mercenarios para que se diviertan. Varios de ellos tienen cuentas pendientes con los vampiros. Algunos han perdido seres queridos. Otros han sufrido a manos de uno de ellos.  Como sea, eso nos permite pagar menos.

Eso a mí no me importa. Lo que me importa es que el trabajo sea hecho. Y si es hecho rápido, mucho mejor.

El ascensor llega al piso de mi oficina. Se abre la puerta y me llevo un susto.

Ahí en la sala de la recepción puedo ver a Gustavo Jimenez. El guardaespaldas de mi padre.

"¿Qué hace usted aquí?", le pregunto cojeando hacia él. Ahí está, sentado en uno de los sillones en los que la gente espera cuando los hago esperar. Está perfectamente vestido, con su terno azul oscuro. Peinado y afeitado. Lleva anteojos. "Señor Jimenez.  Usted está jubilado, por dios"

Los vampiros de la calle AbastosWhere stories live. Discover now