CAPÍTULO 12

29 4 7
                                    

Lucienne

Miércoles 

Me levanté temprano esta mañana, se había vuelto una costumbre desde que estaba aquí, una sana si lo pensaba un poco. Los rayos del sol empezaban a filtrarse por el balcón, dejando en la madera clara un hermoso tono naranja.

Mientras salía de la habitación, escuché el sonido de una puerta cercana. Al girar mi cabeza en esa dirección pude visualizar a Andrew, quien aparecía con ese sedoso cabello húmedo, supongo que por la ducha. Con unas cuantas grandes zancadas ya estaba a mi lado. Era un hombre alto, no debería sorprenderme la facilidad y rapidez con la que puede llegar a ciertos lugares.

— Buenos días, Lucienne.

Una sonrisa amable y ahora familiar se formó en sus labios. Me parecía increíble la facilidad con la que sonreía a las cosas y a las personas, no es que yo no lo hiciera, en realidad si lo pensaba, lo hacía pero no con cualquier persona. Pero él... le regalaba un poquito de su felicidad a cada uno.

— Buenos días, vaquero ¿Dormiste bien?

Había descubierto que me gustaba decirle así, ese tipo de confianza que habíamos construido en estos días me hacía sentir bien. Estamos a unos cuantos pasos de convertirnos en buenos amigos. Tal vez no en los mejores, pero si amigos.

Ambos empezamos a caminar, bajando juntos las escaleras.

— Te contaré un secreto —. Me observaba mientras bajábamos el último tramo —. Siempre que estoy aquí duermo como un bebé con su biberón. Es decir, de maravilla.

Era una comparación absurda y ridícula pero no se lo dije. 

— ¿Entonces no duermes bien en Los Ángeles?

Seguíamos caminando hacia la cocina.

— No es que no lo haga, solo que a pesar de que he estado varios años en ese lugar, todavía no me acostumbro al ruido de la cuidad. ¿Sabes lo que quiero decir?

Sabía de sobra lo que quería decir y comprendía porque le era difícil. Mudarte de la calma al ruido era complicado. Yo lo estaba experimentando ahora.

— ¿Sirenas de policías, bomberos, autopistas, vecinos rebeldes, que les gustan las fiestas hasta las dos de la mañana? — Le pregunté, levantando una ceja mientras lo observaba de reojo.

— Exacto. Todo eso —. Me sonreía burlón mientras lo decía.

Al entrar a la cocina, encontramos a Theresa preparando café. El olor tan delicioso se mezclaba con los aromas del pan recién hecho que tenía reposando en una esquina de la encimera.

— ¡Oh! Veo que ya despertaron —. Hablaba alegre — ¿Durmieron bien?

— Buenos días, mamá —. Andrew se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla.

Theresa, como era de esperar, tomó ambas mejillas de Andrew y las apretujó, reposando un beso en cada una. Después de eso él se sentó un poco sonrojado, asumo que por el apretón y no por vergüenza.

— Buen día, Theresa —. Me acerqué a ella y la abracé delicadamente, ella, para mi sorpresa, esta vez me devolvió el abrazo con delicadeza, lo que me hizo suspirar con tranquilidad. Apreciaba mis costillas en estos días.

— Buenos días, cariño. Por favor siéntate. Les serviré el desayuno.

Nos sentamos en la encimera y empezamos a disfrutar de la comida. Hablábamos de cosas simples, llenas de recuerdos, Theresa me contaba cuando era maestra de pintura en una universidad, cuando sus hijos le daban problemas... Y esto me hacía feliz.

Hasta que el padrino ¿me rescate?Where stories live. Discover now