CAPÍTULO 16

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Lucienne

Una mañana tranquila. Una mañana tranquila es lo hubiera querido pero lo que obtuve fue el desenfrenado toque del timbre. Era una melodía molesta que taladraba hasta lo más profundo de mis oídos. El sofá de la sala no era precisamente la cama de mis sueños, pero no tenía ganas de irme a la habitación.

Me giré en una nueva posición en el sofá tratando de ignorar el ruido, tal vez esperando a que cesara por sí solo, pero cada timbrazo resonaba en mi cabeza.

Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis... Finalmente casi al noveno timbrazo me levanté con renuencia. Arrastré mis pies hacia la puerta, preguntándome quien podría estar tocando un domingo a las ocho de la mañana y con tanta urgencia.

Observé por la mirilla, y para mi sorpresa, disgusto y desgracia me encontré con la cara del infame, desgraciado y poco hombre de Drew. Su imagen se distorsionaba un poco a través del vidrio de ese agujero, pero no había ningún error que indicara que no era él.

¿Qué diablos quería?

Sin hacer ruido y sin decir una palabra retrocedí unos pasos, titubeando en mi decisión de abrir o no abrir la puerta. Mi corazón empezaba a latir con fuerza, mezclando la rabia con recuerdos, pero muy en el fondo una parte de mí quería saber que excusa tendría ahora para arruinarme la vida o en este caso el día.

Finalmente después de meditarlo unos segundos cedí a la curiosidad y giré el pomo. La maldita puerta se abrió con un chirrido y ahí estaba el, sosteniendo un ramo de rosas rojas y una caja de chocolates que emanaban falsedad. Tenía unas horribles ojeras, y el ceño fruncido en un intento de parecer tierno y causarme piedad. 

— ¿Qué demonios estás haciendo en la puerta de mi casa, Drew? — Mi voz era un tono tembloroso, pero quería atribuírselo a la molestia que sentía.

— Yo... Yo, Lucy —. Pasó una mano por su cabello, evidencia de que estaba nervioso. 

Que horrible cabello —. Pensé —. El de Andrew es más lindo y natural...

— Lucienne, lo lamento... Quiero decir...

Balbuceaba algunas disculpas, pero mis oídos no las escuchaban. Mis ojos se posaron en las rosas rojas, recordándome la última vez que llegó con ellas. La ironía era mi compañera en estos momentos y una risa amarga se me escapó de los labios.

— Sabes que odio las rosas rojas —. Espeté, sintiendo la rabia burbujear en mí ser a estas horas de la mañana.

Drew parecía un niño de escuela regañado, pero ya no era el príncipe encantador que me hizo creer que era. Tomé los chocolates de sus manos y los tiré al basurero que compartía fuera con mis vecinos de piso.

Quedó anonadado por un momento y entonces aproveché para tomar las rosas de sus manos y estrellarlas casi en su cara. Tal vez podría arrepentirme pero no había tiempo para eso ahora.

Cerré la puerta con fuerza mientras respiraba de forma entrecortada.

— Uno, dos, tres, cuatro, cinco —. Susurraba — Uno, dos, tres, cuatro, cinco.

Sentía como me iba calmando mientras inhalaba y exhalaba, traté de canalizar mi ira y enviarla a otra parte. Drew no me definía y no me iba hacer perder los estribos. Claro que no.

Tin tin, tin tin.

— Ese maldito timbre de nuevo —. Renegué

¿Qué no podía simplemente dejarme en paz? Una vez más volví a la entrada, dispuesta a cantarle sus verdades a Drew sin embargo cuando abrí la puerta, era Karl el que estaba afuera esperándome.

Hasta que el padrino ¿me rescate?Where stories live. Discover now