Capítulo 13: Cuerpo y Mente (I-II)

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Jack había estado adentrándose nuevamente en su investigación

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Jack había estado adentrándose nuevamente en su investigación. Algo que aún le causaba preocupación, pues no quería una recaída. Por ello, cuando llegaba a un callejón sin salida, a una pregunta que no tenía respuesta, tomaba el pequeño frasco con arena de Alabis, lo presionaba en su mano, y recordaba que la frustración no era una buena opción.

A pesar de que trataba de mantener su serenidad, su inesperado desfallecimiento en la mina le había preocupado tanto, que incluso había visitado a su médico de cabecera para que le hiciera una revisión minuciosa. Sin embargo, el médico le había dicho que se encontraba perfectamente sano, atribuyendo el problema de Jack al estrés.

Inconforme con el resultado, y aunque detestaba la idea, decidió visitar a un psicólogo. La sesión fue terriblemente aburrida, pero por lo menos había conseguido una explicación medianamente lógica a su problema. La voz que había escuchado dentro de la mina, según el diagnóstico del Dr. J. Bárton, había sido una respuesta aguda al estrés, un shock mental. Todo era debido a aquella depresión que casi lo destruye, por fortuna había logrado salir de eso sin ayuda.

El tratamiento para que no volviese a ocurrir no era tan difícil, al menos para cualquiera que no fuese Jack. Hacer deporte, meditar, no pensar... todas esas eran cosas que se le dificultaban, pero que necesitaba para mantener tranquila su mente. El deporte lo descartó, pues no se sentía con ánimos de estirar los músculos. La meditación, por otro lado, le resultaba atractiva. No tendría más que relajarse algunos momentos al día e incluso, en la universidad, había un grupo destinado a ello.

Era sábado, Lina había salido con Delia, así que Jack aprovechaba el tiempo para darle retoques finales de pintura a la habitación del bebé. Dibujó pequeñas figuritas de animales por la pared y puso algunos libros recién adquiridos en la estantería del cuarto. Según Lina, eran para fomentar el aprendizaje durante sus primeros años de vida.

El tiempo pasaba, las mujeres no llegaban y Jack no quería pensar demasiado en su investigación. Sabía que estaba estancado una vez más y no valía la pena preocuparse por ello, tenía que encontrar algo con qué distraerse. Así, sin nada más que hacer, creyó que sería un buen momento para comenzar a seguir las indicaciones que le había dado el terapeuta.

Encendió su portátil y buscó información sobre la meditación por la red. Encontró una muy buena página explicativa y comenzó a leer sobre las diferentes posiciones que se pueden adoptar, la correcta forma de respirar, o la energía que fluye en el interior del cuerpo humano.

Tomó todos estos conceptos de la mejor manera posible, lo menos místicos que pudo y... para su sorpresa, no le costó nada, pues la meditación no coincidía con lo que él creía. Estaba enfocada a conocer el yo interno, a conocer el cuerpo y la mente. No parecía ser algo fantasioso, así que se propuso intentarlo. Se buscó una buena música relajante y optó por no realizar ninguna postura especial, simplemente se recostó sobre un tapete suave, en el piso, y comenzó.

Cerró los ojos, entrelazó sus manos justo por encima de su ombligo, y respiró profundamente. Pasaron los minutos y poco a poco se fue relajando; sus sentidos se agudizaron hasta que pudo sentir el rítmico palpitar de su corazón; sintió el pulso que recorría sus venas y arterias, dándole vida; visualizó sus propios pulmones, llenándose de aire y disfrutó de la sensación. Gozó de sentir el movimiento dentro de él, el pequeño universo que había en su interior. Sin darse cuenta, había dejado de escuchar la música de fondo y ya no sentía el tapete o el piso que le sostenía. Ahora se encontraba en una negrura absoluta. Sólo él, en cuerpo y mente.

De pronto, su pensamiento comenzó a divagar, a ir más allá de lo ordinario. Él sabía que cada glóbulo rojo podía contener hasta 350 millones de moléculas de hemoglobina y, cada una de estas, podía llevar hasta cuatro moléculas de oxígeno. Podía ver el oxígeno, en forma de pequeñas partículas, siendo llevado hasta su cerebro. Siguió su rastro hasta las neuronas y pudo sentir los enlaces que estas formaban, respondiendo a cada molécula que era absorbida, transformándola, usándola.

Cualquiera podría pensar que Jack lo estaba imaginando, pero no era así... literalmente podía sentirlo. Era algo inexplicable. Le gustaba la sensación, era increíble, indescriptible. Podía sentir su cerebro, como cuando alguien recién entrena un músculo que no conocía y aprende a usarlo.

En cuanto Jack tuvo constancia de lo que ocurría, se sorprendió tanto que perdió la concentración y toda la visualización de su interior. La música se escuchaba de nuevo y volvía a sentir el piso. Se sentía mareado, ¿así era meditar? No era precisamente lo que explicaban sus fuentes.

Según lo que había leído, la meditación era para relajar, para llegar al subconsciente, pero Jack no se había relajado. Era como haber visto su propio interior de manera racional. Realmente había sentido su cerebro, o sus células, y eso no estaba descrito en ninguna parte. Incluso tenía una ligera sospecha de que, si hubiese podido mantener su concentración por más tiempo, habría sentido el resto de partículas que conformaban su cuerpo. Ese pensamiento alimentó su curiosidad de volverlo a intentar. ¿Qué había hecho el doctor Bárton? Lejos de alejar a Jack de los peligros de la curiosidad humana, lo había adentrado en un nuevo banquete de sensaciones desconocidas.

Así pues, intentó volver a adquirir el mismo estado de concentración, pero no logró nada. No podía dejar la mente en blanco. Estaba esperando sentir la microscopía de su cuerpo, sin conseguirlo. Permaneció así, tratando durante casi dos horas, hasta que escuchó la puerta de casa abrirse.

—¡Ya regresamos! —gritó Delia, enérgicamente.

Jack se levantó, frustrado, sin haber logrado su cometido. Cosas extrañas le estaban sucediendo, cosas que no podía comprender y eso le perturbaba. No estaba acostumbrado a no encontrar las respuestas a sus dudas y últimamente tenía muchas dudas sin una respuesta.

Bajó las escaleras, decepcionado. Se encontró con Lina y a Delia. Estaban dejando bolsas con ropa de bebé sobre los sillones.

—¡Mira cielo! Se verá hermoso con esto —decía Lina, entusiasmada, mostrando un pequeño pijama con forma de oso.

—¡Vaya! Tendremos un pequeño oso, ¿eh? Le quedará muy bien —dijo Jack, sonriendo al ver el atuendo.

Continuaron mostrándole la ropa de bebé a Jack, mientras él se encontraba pensando en lo que acababa de suceder.

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Lluvia de Fuego: La Era del Fuego IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora