Capítulo 3: Gianna (II-II)

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«Fuertes gritos recorrían la casa en donde vivía la pequeña

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«Fuertes gritos recorrían la casa en donde vivía la pequeña. Buscaba escondite bajo el fregadero de la cocina. Detestaba las discusiones y, en ese pequeño lugar, siempre se sentía más segura cada vez que ocurría. Nunca podía acostumbrarse a ese ambiente.

Pronto, los gritos se convirtieron en alaridos y ruidos de objetos cayendo; después, silencio, sólo silencio. Algo que siempre aterraba a la pequeña, era lo que venía después del silencio. Sólo le traía incertidumbre.

Estaba sentada en su escondite con la puertecilla cerrada, abrazando sus propias rodillas. La madera de las escaleras comenzó a crujir y el sonido de pasos acercándose a la cocina la estremeció...»

Gianna despertó sobresaltada y desorientada. Era de noche y no podía ver bien, pero poco apoco, su visión se acostumbró a la penumbra.

Cuando logró divisar sus alrededores cercanos, se dio cuenta de que estaba en el fondo de una barranca

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Cuando logró divisar sus alrededores cercanos, se dio cuenta de que estaba en el fondo de una barranca. No sabía cuánto tiempo había pasado ni en dónde estaba. Pero eso no era lo peor. Lo peor era que se había ido de donde seguro iban a buscarla. Ahora estaba perdida, lejos del campamento y de cualquiera que pudiese ayudarla.

—Despeja tu mente —se decía a sí misma, abrazándose las rodillas igual que una niña—. No pienses en ello, tú eres fuerte. Mi cabeza es mi santuario, nadie puede entrar. Mi cabeza es mi santuario, nadie puede entrar. Mi cabeza es mi santuario...

Se repetía la última frase, una y otra vez, mientras cerraba los ojos y se balanceaba lentamente. Tras unos segundos, respiró hondo y fue recuperando la cordura. Gianna no era alguien que se rindiera fácil, pero esta situación era especial. Había evocado viejos recuerdos; recuerdos dolorosos que no eran de gran ayuda en este momento. Ella lo sabía, y luchaba contra eso.

Sentada sobre la tierra, revisó su cuerpo en busca de lesiones. Afortunadamente, no encontró más que algunos arañazos superficiales. Se levantó poco a poco y miró la colina de la que había caído. Era alta, sin duda, tal vez de unos 20 metros, lo suficientemente inclinada como para no haberse matado. Juzgó sus opciones por un momento, y al no encontrar otra salida, pasó su vista por los arbustos y el suelo, buscando algún punto de apoyo para subir. Encontró algunas raíces que parecían resistentes, las sujeto con fuerza, y comenzó a trepar. Era difícil, pero poco a poco, fue abriéndose camino para llegar hasta arriba.

Lluvia de Fuego: La Era del Fuego IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora