Cama de Alfileres Pt. II -Fátima-

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Oía un reloj

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Oía un reloj. Marcaba cada segundo que permanecí en aquella silla, moviendo una pierna nerviosamente y resistiendo el impulso de morder mis uñas. El fuego del deseo comenzaba a desvanecerse, no así el alcohol que me invadía atontándome y distorsionando mi visión y mi juicio. Contemplé un antiguo mueble que había frente a mí y pensé que los platos decorativos se estaban moviendo. Parecían alargarse y contraerse en fluctuaciones borrosas que me provocaban náuseas.

Había bebido demasiado y no estaba actuando de forma coherente, por lo que lo mejor sería regresar a casa antes de que sucediera algo de lo que me pudiese arrepentir después. Lucio era agradable, pero no lo conocía lo suficiente en realidad.

Me puse de pie y me aferré a la silla cuando tropecé con ella. Siempre que me pasaba de alcohol me prometía que aquella sería la última vez, pero me prometí que ahora sería en serio. Miré en dirección a la puerta de salida, aunque no la distinguía desde allí. Mi estómago se encogió cruelmente cuando comprendí que no sabía cómo regresar a mi casa desde allí, pero eso no era un problema. Podía llamar a mi tío, él me iría a buscar.

Había dado tres pasos tambaleantes en dirección a la puerta cuando dos manos aferraron mi cintura por detrás. Se me escapó todo el aire de los pulmones. La imagen de la parca acechándome en aquellos callejones regresó a mí como un baldazo de agua helada y me paralizó por un instante.

—Tengo una sorpresa para vos —me dijo Lucio.

No estaba segura de querer recibir una sorpresa y menos si me lo decía con ese tono que se suponía que era seductor, pero me resultaba siniestro. Me temblaban las manos y las piernas. Mi corazón galopaba en mi garganta como una pequeña ave intentando escapar de una jaula. Recordaba que también me había sentido muy nerviosa la primera vez en que había estado con Federico.

Los dedos de Lucio recorrieron la piel de mi espalda suavemente y eso me produjo un escalofrío. Cerré los ojos y tomé aire, tomé coraje para decirle que debía irme a casa, para deshacerme del temor a quedar como una cobarde. Sin embargo, las palabras no salieron, pues él colocó un pañuelo que parecía ser de seda sobre mis ojos. Privada de mi visión, mis latidos se duplicaron.

—No vale espiar —me dijo Lucio de forma juguetona. Esta vez, estaba frente a mí.

—No creo que...

Interrumpió mis palabras con un beso apasionado. Me aferraba de un modo que no terminaba de gustarme, pero el alcohol y el calor hacían lo suyo, logrando que me dejara llevar por el momento.

Federico también fue brusco —me dije—, y nada malo pasó.

Eso logró calmarme lo suficiente como para que le devolviese el beso. Las manos de Lucio recorrían mi cuerpo con demasiada rudeza y, pronto, me vi despojada de mi remera, revelando un sostén de encaje negro. Estoy segura de que él no reparó en mi ropa interior, porque no se despegó de mis labios en ningún momento. Me guio hasta que quedé sentada en la silla una vez más. Sentí que se apartaba de mí y, de pronto, sujetó mis muñecas tras la silla.

Hija de la Muerte -Ganadora de los Wattys 2018-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora