Olivia Pt. I

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La cafetería cerraba temprano aquellos días, el frío había llegado a la ciudad y la gente se refugiaba en sus hogares ni bien el sol comenzaba a ponerse. A las ocho y veinte de la tarde, minutos antes de que las puertas se cerraran definitivamente, Gianmarco siempre salía a fumar un cigarrillo. Se apoyaba contra la pared y miraba en dirección al departamento de Fátima, buscando su valor donde quiera que estuviese.

Sin duda no dentro de un calabozo —se decía una y otra vez.

Tomaba enserio la amenaza de la chica, y no se arriesgaría a que llamara a la policía solo por obtener una respuesta. Esas cosas sucedían, uno comenzaba a conocer a alguien y, si las cosas no se daban, pues... A otra cosa.

Sólo que él no estaba logrando hacerlo de aquel modo.

Las cosas no se habían dado y él no logró poner su atención en "otra cosa".

Se sonrió a sí mismo con cierta amargura por su chiste interno y terminó el cigarrillo de una sola calada. Solo por si acaso, volvió a lanzar una mirada esperanzada al gran edificio viejo en que la chica vivía. No tenía caso, no importaba cuánto lo deseara y en cuántos descansos escapara para mirar en esa dirección: Nunca volvió a ver a Fátima, y aquella costumbre ya se estaba convirtiendo en algo enfermizo.

Lanzó su cigarrillo con más rudeza de la necesaria, entró a la cafetería y echó llave tras él para ayudar a acomodar las cosas antes de marcharse. Cecilia, que se encontraba ocupándose de la caja aquel día, le lanzaba miradas disimuladas cuando creía que él no se daba cuenta.

Gianmarco subió las sillas a las mesas, barrió, pasó el lampazo y se dirigió a la cocina para guardar el cartel. La tía Susi se encontraba en una mesa apartada con sus anteojos de medio círculo, sacando cuentas. Cecilia acomodaba las tazas en su lugar y lo contemplaba por el rabillo del ojo en cuanto tenía una oportunidad.

Finalmente, el muchacho se apoyó en la barra y le dirigió una mirada severa.

—¿No creés que ya es suficiente? —le espetó.

Cecilia se mostró sorprendida.

—¿De qué?

—De esas miraditas —respondió el chico casi con hostilidad—. Me doy cuenta, Cecilia, no necesito preocupación, ni lástima, ni... —Se le acababa la lista de cosas que no necesitaba y que, en realidad, eran una mentira.

Cecilia se encogió de hombros y prefirió enfocar su atención en las tazas que estaba acomodando demasiado minuciosamente. Ella era una joven muy hermosa, sus veintisiete años le sentaban muy bien. Su cabello color maíz siempre estaba recogido en un moño improvisado, sus ojos del color del chocolate tenían una chispa de viveza que no le pasaba por alto a nadie y, teniendo un niño de tres años, su cuerpo era el de una mujer joven, fuerte y llena de vitalidad.

Hija de la Muerte -Ganadora de los Wattys 2018-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora