CAPÍTULO 3 - LOS MUERTOS HABLAN

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Espíndola desperdigó las fotografías de Guadalupe sobre el escritorio de su oficina. El lugar se encontraba a media luz y no había ruido a los alrededores; razón por la cual le gustara quedarse hasta tarde en la oficina. De vez en cuando veía pasar a Benito, el hombre de mantenimiento quien, de modo silencioso atravesaba los pasillos, inmerso en sus pensamientos. Ambos habían aprendido a ignorarse de modo respetuoso, se comprendían en silencio y sabían a la perfección que ninguno de los dos gozaba de ser interrumpido a mitad de su trabajo.


Con el rostro recargado sobre su mano derecha, el detective observaba con detenimiento la piel cerúlea del cadáver que había tenido ocasión de examinar personalmente. La imagen se transformaba ante sus ojos y cobraba brillo y color pese al tono claroscuro. Ahora que la veía con detenimiento confirmaba sus sospechas; el cadáver no presentaba huella alguna de violencia. Ni siquiera un mínimo rastro de contusión o lesión post mortem. Salvo por la herida de bala en la mejilla, la chica no mostraba un solo indicio de haber sido golpeada o maltratada, ni siquiera después de muerta.

—Si añadimos a esto el hecho de que Guadalupe fue cubierta con la manta y la pila de basura que encontré a unos pasos —murmuró el detective al tiempo que se llevaba la punta del lapicero a los labios—. Claro. La hipótesis del novio celoso tiene mucha lógica. Pero aun así...

Dejó la pregunta en el aire y echó un vistazo a Benito. El hombre calvo se encontraba trapeando los pasillos con una parsimonia desesperante. De vez en cuando metía el mechudo en la cubeta llena de agua y volvía a embadurnar el piso con el agua sucia.

Espíndola suspiró hondo. Tenía los ojos castaños muy fijos en el hombre y una templanza envidiable. Pero por dentro el detective no dejaba de divagar de un lado a otro entre las imágenes de la desaparecida de Miraflores y las larvas que no había logrado encontrar en su cadáver.

Recordó haber visto un par de huevecillos que, si su experiencia no lo engañaba, eran con toda certeza de algún tipo de califoridae. Las moscas suelen ser las primeras en llegar a los cadáveres incluso cuando los signos de descomposición apenas son perceptibles. Aquella que había dejado sus huevecillos correspondía a la especie calliphora vomitoria, mejor conocida como mosca azul de la carne, la cual solo se acerca a los cadáveres para depositar sus huevecillos en los ojos, boca o cualquier otra abertura disponible. Sin duda alguna se trataba de una espeluznante misión, pero muy necesaria para los forenses, ya que gracias a esta especie era mucho más sencillo descubrir los cuerpos difíciles de encontrar por un humano.

No obstante, lo que no lograba comprender era el cómo, si aquellos huevecillos habían eclosionado, no había un solo rastro de larva en Guadalupe. Ni siquiera había moscas a los alrededores o cualquier otro tipo de fauna cadavérica, de tal modo que no tenía muy clara la data de la muerte. Tendría que esperar a los resultados forenses, que podrían tardar bastantes días dependiendo del flujo del personal y el trabajo que tuvieran en la morgue. En Londres los resultados tardaban a lo sumo una semana en estar listos, pero en México las cosas eran distintas. Sus paisanos se tomaban su tiempo para deliberar y aunque realizaban las autopsias casi en el instante en que recibían los cuerpos, los forenses lo tomaban con calma a la hora de finalizar sus reportes. Mientras eso sucedía el asesino de Guadalupe podría desaparecer en el extranjero y escaparse para siempre de la justicia. Aquello era algo que el detective Espíndola no podría soportar que sucediese.

Calliphora [Serie Fauna Cadavérica 1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora