EPÍLOGO

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El detective Espíndola tomó la última caja que quedaba

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El detective Espíndola tomó la última caja que quedaba. Se incorporó y miró la oficina con cierta nostalgia.

—Ya está aquí el taxi, detective —le dijo la voz menuda del chico que lo había acompañado desde su entrada a la unidad de investigación.

—Gracias, Santi. ¿Podría abrir un poco más la puerta? —le pidió.

Santiago dio un pequeño empujón a la puerta y se hizo a un lado para permitirle el paso.

—Adiós, chico.

—Adiós, detective. Que le vaya muy bien en su viaje.

Espíndola asintió con una media sonrisa y, con la caja en brazos, salió del edificio. Se sentía profundamente desilusionado con lo que había resultado siendo su primer caso en la ciudad de México.

El comisionado lo había transferido a la ciudad de Monterrey cuando él, ingenuamente, le notificó sobre el allanamiento a su departamento y los destrozos provocados en el mismo. Aunque el pretexto fue su seguridad, el detective sabía a la perfección que lo hacían para quitarlo del medio. Todo el mundo suponía que Felipe en realidad había sido el asesino de Guadalupe y, dado su apellido, ninguno estaba dispuesto a desenmascararlo.

Subió al taxi con aire cansado y esperó pacientemente a que el chófer lo llevase a casa. A pesar de todo se sentía tranquilo. Después de su breve encuentro con doña Margarita, su auto fue destrozado de modo misterioso durante la noche, pero no le importaba. Se sentía feliz de no tener que manejar entre el estruendoso bullicio de la ciudad y el tráfico asfixiante. Dejaría aquella desagradable tarea al hombre que manejaba silencioso.

El detective cerró los ojos y aspiró con fuerza el aire frío que llenó sus pulmones. No importaba que la justicia no hubiese dado resultados, él había dado con el asesino de Arturo y Guadalupe, la había encontrado y se había asegurado de decirle que su crimen no sería olvidado, y que mientras hubiera una persona en el mundo entero que estuviese al tanto de lo sucedido, ella no descansaría tranquila, esperando el momento en que el karma decidiera hacer su trabajo.

Al llegar al departamento lo primero que hizo fue tomar la pequeña caja de zapatos que había llenado con algo de tierra y en la que yacían apacibles un par de larvas y orugas. Aquellos insectos eran los últimos que quedaban de la escena del crimen de su esposa. El último rastro de su cuerpo.

Después de observarlos por unos instantes, Francisco cerró la caja con suavidad y la colocó bajo su brazo, saliendo de modo apresurado. Atravesó un par de calles antes de llegar al pequeño parque detrás de su departamento. Lo había visto en varias ocasiones desde el automóvil, pero nunca se había animado a visitarlo. El aire desde las bancas centrales se percibía fresco y perfumado, traía consigo el eco tranquilo de las copas de los árboles.

Espíndola llenó sus pulmones de aquel delicioso cáliz etéreo y abrió la caja de cartón. Se arrodilló frente a un pequeño rosal que apenas estaba echando raíces y dejó que sus preciadas alimañas cayeran suavemente a los pies de este. Los gusanos se retorcieron con su enigmática danza hasta hundirse de modo dúctil entre la tierra fresca que los engulló sin dejar rastro alguno de ellos.

Calliphora [Serie Fauna Cadavérica 1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora