CAPÍTULO 14 - ¿EN DÓNDE?

1.1K 177 31
                                    


Apenas unos cuatro días atrás había recibido los resultados de la autopsia y se había determinado que el chico mostraba dos heridas por impacto de arma de fuego, una en el pecho y otra en el costado derecho. Había fallecido por falla cardiaca y pérdida de sangre.

A diferencia de Lupita, el cuerpo de Arturo se encontraba cubierto por la fauna propia de los cadáveres; esa misma que él había estado buscando sin éxito alguno en los restos de la joven.

El detective se presentó en la morgue una vez más, siendo recibido por otro forense al que no había conocido en su visita anterior. Aquel, que se había presentado como Rodrigo Caballero, le mostró las pertenencias del muchacho, así como el cuerpo que yacía inerte en la plancha.

El chico mostraba una piel turbia y amoratada. Las dos heridas de bala ya habían sido limpiadas y solo se veían como un par de protuberancias. El joven tenía parte de la piel carcomida por las larvas y el rostro parecía irreconocible. Sin duda alguna presentaba signos de putrefacción mucho más marcados que los del cadáver de Guadalupe y ahora Espíndola sabía el por qué. Al parecer Felipe había estado visitando a su hermana y empapando su cadáver con formol, el cual, si bien no evitó el proceso de putrefacción, sí eliminó todas las posibilidades de que los animales e insectos se acercaran al cuerpo, brindándole mayores oportunidades de conservarse el mayor tiempo posible.

Ahora, transcurridas casi dos semanas del arresto de Felipe Alcázar, el detective había sido llamado por el juez Mendoza para presentar sus evidencias. De tal manera que ese día era especialmente alentador para él.

No sentía ningún tipo de conmiseración por el joven Alcázar, a quien seguramente le aguardaba una estancia muy larga en el centro penitenciario de Lecumberri. Si algo de pena lo había embargado había sido única y exclusivamente debido a la inteligencia, talento y juventud que se desperdiciaría dentro de aquellas húmedas y gruesas paredes de hormigón. No obstante, el detective no podía dejar de pensar en la joven pareja que había perecido en sus manos y en el brillante futuro que les deparaba. Una y otra vez se preguntaba, qué habría sucedido si Lupita y Arturo hubieran alcanzado a llegar con vida a la fecha esperada para su huida. ¿Se encontrarían paseando por el malecón, degustando de la puesta de sol frente al Golfo de México y sintiendo en sus mejillas el delicado salitre marino de las costas veracruzanas? ¿Habrían sido felices?

Eran dudas que Espíndola jamás vería aclaradas.

Entró a la procuraduría de justicia con paso sibilante mientras cargaba con una caja en la que esa mañana había guardado todas las evidencias, incluso a pesar de que le había parecido absurdo el tener que hacerlo de ese modo tan descuidado. En Inglaterra, usualmente los investigadores hacían la entrega de todas las pruebas recabadas en una caja de seguridad y bajo la protección de dos oficiales. Sin embargo, Espíndola comenzaba a acostumbrarse a la idea de que ya no se encontraba en Londres, y pese a la diferencia en el proceso de justicia y a las terribles irregularidades que imperaban en su país natal, Francisco no podía más que agradecer a México por recibirlo con los brazos abiertos, y por brindarle la oportunidad de olvidarse, aunque solo fuera por uno instantes, de su tortuoso pasado.

Atravesando las puertas de cristal, el detective se anunció en la recepción en donde una hermosa mujer con peinado alto le ofreció las más sinceras de las sonrisas al tiempo que lo invitaba a esperar en la pequeña estancia contigua a recepción. Espíndola así lo hizo, cuidando que nadie se hubiera percatado del valor que tenía para él aquella sencilla caja de cartón que llevaba en brazos. La misma que, a pesar de sus intenciones, él sostenía de modo inconsciente, con tal cuidado, que cualquiera pensaría que se trataba de un crío necesitado de protección.

Calliphora [Serie Fauna Cadavérica 1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora