CAPÍTULO 24 - FINAL

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No le sorprendió en absoluto leer el informe

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No le sorprendió en absoluto leer el informe. Espíndola sabía a la perfección o, mejor dicho, había tenido que aprender, que el dinero y el poder eran más que suficientes para callar bocas y condenar a personas inocentes. Estaba seguro de que Higinio Sobera sería duramente castigado, pues en opinión del público no solo había asesinado a dos mujeres, sino que había cometido necrofilia con una de ellas. Los movimientos en pos de los derechos de la mujer no se hicieron esperar y exigían un castigo ejemplar al bárbaro desalmado, capaz de cometer delitos tan escandalosos y macabros como ese.

El detective estaba más que de acuerdo con las exigencias de la sociedad, pero no podía dejar de pensar en que la justicia no se estaba manejando del todo ciega en aquella situación.

Más tarde, el pelón Sobera sería trasladado al palacio de Lecumberri con una sentencia de 40 años, sin oportunidad alguna de que un especialista pudiera hacer algo para que fuese encerrado en un hospital psiquiátrico. A pesar de que durante el juicio el abogado Martínez había sostenido hasta el cansancio que el pelón padecía de una aguda esquizofrenia, el juez no consideró oportuno darle atención médica, mucho menos con el ojo de todo México puesto sobre su sentencia.

Zolia de la Flor jamás volvió a tener contacto con Margarita Alcázar, pero a pesar de ello nunca se le ocurrió que ella podría haber sido la causante de la desgracia que se había posado sobre su familia. Ella sabía a la perfección la clase de hijo que tenía y lo que Higinio era capaz de hacer, y pese a que le dolía en lo más profundo de su alma verlo tras las rejas, algo dentro de ella clamaba a gritos que era mejor que lo mantuvieran encerrado, por su propio bien y por el bien de todos.

Desde luego, intentó hacer que la estadía del pelón en Lecumberri fuese lo más exclusiva posible, y durante un tiempo Higinio gozó de alimentos, entretenimiento, una celda privada y lujos de toda clase, hasta el día en que su enfermedad comenzó a consumirlo de modo voraz. Poco a poco, el asesino se convirtió en un hombre delgaducho, perdido entre sus recuerdos, confundido y enfermo. Viviendo entre sus propias heces, no permitía que nadie se le acercara, ni siquiera su propia familia, quien terminó por abandonarlo una vez que Zoila dio sus últimos suspiros.

En medio de aquella maraña de confusión, Higinio intentaba con todas sus fuerzas recordar los eventos de su pasado. Evocaba una y otra vez en su mente la imagen de esa chica cuyo cadáver había mancillado hasta cansarse. A ella la recordaba a la perfección, y durante sus noches en vela solía degustarse dentro de su imaginación con los colores, perfumes y sensaciones de esa velada en compañía de su cuerpo sin vida. Pero ¿qué había pasado con aquella otra chica? ¿Cómo se llamaba? Ni siquiera podía recordarlo. La gente la recordaba como la desaparecida de Miraflores y, de acuerdo a sus parientes, él la había conocido en la niñez. Sí, había visto alguna vez su estampa en los periódicos, era muy linda. Sin lugar a dudas el tipo de mujer que él habría deseado poseer a como diera lugar, pero ¿en verdad lo había logrado?

El pelón Sobera pasaba las noches en vela moviéndose de un lado a otro mientras olfateaba el aroma de sus propios fluidos, mismos que lo hacían sentir a salvo pues alejaban a los guardias y a los otros reos. No dejaba de buscar en los confines de su memoria cualquier indicio que le ayudara a recordar aquel evento. ¿Cómo? ¿Cómo es que había asesinado a la desaparecida de Miraflores? ¿Había logrado hacerla suya? ¿Por qué el recuerdo le era tan esquivo? ¿Es que estaba volviéndose loco?

Calliphora [Serie Fauna Cadavérica 1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora