CAPÍTULO 4 - ¿QUIÉN FUISTE?

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—De acuerdo al informe de desaparecidos, usted reveló que no tenía idea de la relación de Guadalupe con Arturo López, ¿no es así?

—Así es.

El sonido de la máquina de escribir inundaba la estancia. De vez en cuando la mujer se quedaba en silencio durante unos instantes para organizar sus respuestas, y el detective Espíndola la esperaba paciente. Era un hombre sereno, sencillo, pero firme, con una tranquilidad envidiable.

—¿Puede contarme cómo es que se enteró?

Doña Margarita se acomodó en la silla y colocó sus manos sobre el regazo. Llevaba un delicado sombrero con rejilla y un vestido negro.

—Bueno, después de que transcurrieran dos días de la desaparición de mi Lupita la policía me recomendó que buscara entre sus cosas, por si es que había algún indicio que nos hiciera creer que tal vez había escapado de casa. Yo les dije que no habíamos discutido recientemente y que era imposible, pero ellos insistieron. —Echó una mirada a la secretaria que escribía todo cuanto salía de sus labios. Retorció los dedos y continuó—: Así que yo me puse a revisar sus cosas. Ahí fue donde encontré un paquete de cartas, esas que usted se llevó ayer.

El detective asintió y, elevando una mano, solicitó a la mujer que continuara.

—Leí las cartas. Y ahí fue cuando lo supe todo.

La secretaria, una mujer esbelta de cabello sedoso y negro como el azabache, se recargó en el respaldo de su asiento, esperando a que la mujer terminara de limpiarse los ojos que, una vez más, se le llenaron de lágrimas.

—Mi hija siempre había sido una muchachita de bien, con muy buenos modales y honesta. La verdad es que sentí como un aguijón en el cuerpo al enterarme de todo lo que había hecho con ese jovencito. La creía una santa, pero...

—¿Cree que habría sido capaz de escaparse con él?

—Ya ni siquiera lo sé, detective.

El semblante de la mujer se volvió sombrío, y el detective pudo distinguir con total claridad que la herida que doña Margarita sentía de saber que su hija no era quien había creído, era profunda y que aún dolía.

—De acuerdo. ¿Alguna vez conoció a Arturo López? ¿O supo de él al menos?

—Claro que sí. Era el chico que repartía los víveres cada domingo. Su padre tiene una pequeña recaudería en el mercado y dado que los domingos asisto sin falta a misa, teníamos un acuerdo para que me llevara mi despensa semanal. Al principio lo hacía él mismo, pero cuando el muchachito ese tuvo edad suficiente para cargar con las bolsas, comenzó a llevarlos él. Nunca se quedaba más de cinco minutos; entraba, dejaba las bolsas y salía. Era muy puntual. A veces estaba ahí incluso antes de que llegáramos de la iglesia y esperaba paciente frente a la reja para que le abriéramos.

Calliphora [Serie Fauna Cadavérica 1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora