CAPÍTULO 19 - LA ÚLTIMA DEL PELÓN SOBERA (1era parte)

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La muerte no ha sido más que la inmortalidad de tu belleza, pequeña de nombre floral.

Dedicada con mucho respeto a Hortensia López Gómez,  la segunda y última víctima conocida del asesino Higinio Sobera de la Flor.


12 de mayo de 1952

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12 de mayo de 1952

El pelón escapó a los suburbios dentro de la colonia Roma. Durante la tarde había estado escandalizando a medio mundo dentro de las inmediaciones del bosque de Chapultepec, y a pesar de que fue severamente reprendido por los guardias, nadie se atrevió a arrestarlo. Algo en su mirada les hacía detenerse en seco. Tal vez porque era la mirada de un asesino desalmado.

No obstante, Higinio no se sentía como un ser malévolo. Eran las voces, amigas malditas que lo seguían a donde quiera que iba. Esas que le advertían de catástrofes inminentes de las que él era la única víctima y que lo orillaban de modo irremediable a actuar como lo hacía.

Al llegar a casa, las sirvientas salieron despavoridas, ocultándose en la cocina a la que el pelón nunca entraba. Todas temían a su personalidad viciosa y maligna, pero a Higinio le importaba muy poco lo que aquellas viejas de barrio pensaran de él. En muchas ocasiones les había levantado la mano para hacerlas trabajar y sabían de sobra que no debían meterse con él, de manera que ni siquiera intentó ocultar el arma que había tenido en las manos desde que bajó del auto. Esa arma acababa de asesinar a un hombre. Un maldito que no merecía la vida y que, con toda seguridad, en esos instantes estaba terminando de enfriarse. Y a pesar de que Higinio estaba convencido de haber actuado correctamente, no podía dejar de pensar en las posibles consecuencias de lo que acababa de hacer.

Corrió hasta su alcoba y cerró la puerta tras de sí de una patada que resonó en todos los rincones de la imponente casona.

Zoila de la Flor se detuvo en seco al escuchar el portazo. ¿Ya habría regresado Higinio? Era demasiado temprano para él. Echó la vista al reloj de pared que marcaba las cinco de la tarde. Definitivamente era demasiado temprano para el hábito arraigado del chico de volver hasta entrada la madrugada.

Clavó la aguja en el bordado y, lamentándose de tener que dejar inconcluso el último pétalo rosado, dejó el trabajo de costura en el sofá de la estancia. Sus manos temblaban debido a la edad, pero la mujer aún se encontraba en buenas condiciones como para hacerse cargo de aquella inmensa casa de la colonia Mérida. Se echó hacia atrás la pequeña mata de cabellos negros y salió de la estancia a paso tranquilo hacia la habitación de su pelón.

Al aproximarse, el ruido de cosas cayendo y de vidrios rompiéndose la sobresaltó.

—¿Hijito? —prorrumpió con temor—. ¿Eres tú? ¡Norma, ven! —exclamó en dirección a las escaleras.

Mientras más se aproximaba a la habitación, más escuchaba y más temía. Sabía que Higinio no tenía todos los tornillos en su lugar, pero a pesar de ello era capaz de poner las manos al fuego por él. Convencida de que el muchacho bien podría ser algo extravagante y difícil de entender, pero jamás se atrevería a hacerle daño.

Calliphora [Serie Fauna Cadavérica 1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora