CAPÍTULO 16 - JUICIO (1era parte)

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La mañana finalmente había llegado. Ese día que Espíndola había sentido tan lejano, en esos momentos le daba la bienvenida mientras él observaba los vibrantes colores del amanecer frente a su ventana.

En la casa todo se encontraba en silencio, pero dentro de su mente se convocaba una tremenda algarabía que él no podía frenar o aminorar. Una marea de emociones lo asaltaban y eran provocadas por los acontecimientos de las últimas semanas. Había revelado el caso en muy poco tiempo, las pistas se encontraban ahí y, sin embargo, tenía ese incómodo presentimiento de que algo estaba por suceder.

A pesar de ello, se metió en la ducha y se preparó de modo casi mecánico. Comió y bebió lo acostumbrado y, antes de partir al juzgado, se aproximó a la pecera en la que se removían las larvas. Algunas de ellas ya habían formados sus pupas y otras estaban a punto de eclosionar, así que ya era tiempo de pasarlas a una pecera nueva. El detective sabía que los primeros especímenes, aquellos que habían comido de la carne de Amanda, hacía ya mucho que habían perecido de causas naturales, pero a pesar de ello no había tenido el valor para eliminar a sus crías. Dentro de su ser sentía que, de alguna manera mágica y sobrenatural, aquellos insectos seguían conservando algo de la esencia vital de su amada esposa.

Espíndola no había podido llevar su cadáver hasta México, y aunque hubiera conseguido los permisos necesarios, tampoco lo habría hecho. Su esposa amaba Londres, con sus parquecitos adoquinados y sus altos techos de madera. Amaba el frío, la música y la tranquilidad de sus parques. No sería capaz de alejarla de una ciudad a la que ella siempre creyó pertenecer.

Amanda, al igual que él, había tomado el curso de entomología forense en la universidad privada de Estudios Forenses, y se había atrevido a lanzarse a la aventura, inscribiéndose en el programa de intercambio. A pesar de que durante los cursos ellos jamás intercambiaron palabra alguna, ambos decidieron que no volverían a México una vez finalizados los estudios. Aquella ciudad los había enamorado por entero y no deseaban regresar. Fue entonces cuando el destino, o quizás una entidad mágica y divina, los unió en aquel cálido café en el que, por vez primera, intercambiaron palabras. Después de aquella charla ninguno de los dos pudo dejar al otro.

En ocasiones el detective lamentaba aquel primer encuentro. Lo percibía como la punta del iceberg de un presagio lleno de tristezas y desilusiones. Estaba convencido de que daría lo que fuera, incluso su amor y la breve felicidad que compartieron, si con ello lograra devolverle la vida. La manera tan violenta en la que había fallecido le parecía más que injusta y desde entonces no llevaba una buena relación con Dios. Un hecho lamentable si se consideraba la gran cantidad de católicos que había en México, el país que, finalmente, le abrió las puertas y le brindó cobijo en uno de sus momentos más terribles y desesperanzadores.

Con una pequeña cachetada, el detective intentó exorcizar aquellos oscuros pensamientos. Había instantes en los que inmerso en el trabajo, lograba mantener a raya el recuerdo de Amanda, pero a pesar de ello él entendía a la perfección que el dolor jamás lo dejaría vivir tranquilo y que las cicatrices en su corazón permanecerían frescas para toda la vida.

Con paciencia y tranquilidad, Francisco Espíndola sorteó el tráfico mañanero hacia el juzgado, cuando logró encontrar un sitio en donde aparcar, bajó del auto decidido y confiado, aunque por dentro ese mal presentimiento no dejaba de susurrarle una y otra vez que algo podía salir terriblemente mal.

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Calliphora [Serie Fauna Cadavérica 1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora