32: ¿Quieres un cigarro?

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Soto

Era el último día de la semana de clases. Soto podría haberse quedado en casa y pedirle la tarea a sus compañeros por Whatsapp, al fin y al cabo no tenía evaluación pendiente para ese día. Pero él sentía un apego al colegio que iba más allá de las clases y sus desagradables docentes. El escape que le ofrecía era invaluable. No es que Soto quisiera estar ahí, es que simplemente no quería estar en su casa.

Él amaba a su madre y se llevaba muy bien con su padrastro, pero eso no desaparecía la realidad de su existencia, el motivo por el que no se creía merecedor de vivir. Si tenía que hacerlo, prefería que fuese lo más lejos posible de su madre.

Estaba en “esos días”, momentos en que estaba tan decaído y consciente de su realidad que no podía mantenerse estable. Cuando llegaban esos bajones, los disimulaba con una irritabilidad extrema. Porque el Soto público solo podía ser ridículamente payaso o insoportable a niveles insanos. No había espacio para matices grises en la paleta de colores que escogió para su portada.

Entró a su primera clase, porque a pesar de no soportar a Don Barrigas amaba el efecto embriagador de unas buenas risas, y lo adictivo de la aprobación pública. Él vivía de fingir que nada le importaba, y aunque de cierto modo era así, no intentaba engañarse en cuanto a lo mucho que le satisfacía que las personas lo aceptaran, que se rieran de su espontaneidad, que buscaran rodearse de él porque los contagiaba de un bien del que muchas personas carecían: buen humor.

En ese momento le tocaba exponer en clases a un grupo de alumnos que no lo hicieron en la primera oportunidad. Soto los maldecía en su fuero interno, porque de haber sido él el faltante a la evaluación, no le habrían repetido la oportunidad de presentarla.

Los profesores tenían una especie de odio hacia Jesús Alejandro; infundado, por supuesto, ya que este era un ser de luz enviado por su tocayo para predicar la paz, el orden y todo lo que es bueno en esta vida. No es como si dejara un desastre en cada salón que pisara, no.

—Rodríguez —llamó el profesor al alumno que le tocaba exponer, el único del último grupo que asistió aquel viernes.

El susodicho se levantó y se puso en frente de la clase mientras el profesor se sentaba tras su escritorio.

—Rodríguez.

—Mande, mi profesor.

—Quítese la gorrita, Rodríguez, sabe que no está permitido en mi clase.

—Profesor, pero no me afeité…

—Ya hablé, Rodríguez.

Soto se burlaba desde su asiento, por lo que el chico frente a la clase le sacó el dedo medio, lo hizo cuidando que el profesor no lo notara. Luego se quitó la gorra y la lanzó a Soto para que la atrapara y se la guardara dentro de la mochila.

—Empiece, Rodríguez —concedió el profesor luego de que el alumno quedó sin gorra y despeinado a mitad de la clase.

—Ehhh… bueno… Buenas taldes

—Buenos días.

—Sí, eso. Buenos días, compañeras y compañeros, y docente presente, mi nombre es Yefersón y…

—Rodríguez, quítese las manos de la espalda.

—Pero, profesor, yo expongo así.

—No en mi clase, aquí evaluamos la presentación, el lenguaje corporal, la postura, la dicción y todo. Quítese las manos de la espalda y continúe.

El estudiante obedeció a regañadientes, dejando sus manos vacilantes colgar a ambos lados de su cuerpo. A medida que hablaba, las balanzaba hacia adelante y hacia atrás, como si no supiera qué hacer con ellas, como si sus nervios fuesen quien las dominaran.

Nerd: obsesión enfermiza [Libro 1 y 2, COMPLETOS] [Ya en físico]Where stories live. Discover now