4: Soto

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•♤•Soto•♤•

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•♤•Soto•♤•

«El que esté libre de pecado, que lance la primera piedra.»

Era la única frase de la biblia que Soto atesoraba, y solo porque le daba una salvedad a las decisiones de su vida, a las acciones más desesperadas a las que había tenido que recurrir. Era como un susurro que le reconfortaba asegurando que quienes lo juzgaban seguro estaban cometiendo actos peores.

Contrario a lo que podrían intuir sus compañeros por sus comentarios fuera de clases, Soto no era ateo; no odiaba a Dios ni a ningún creyente. Por el contrario, Soto era bastante devoto a su fe, solo que era una fe muy personal.

En su casa, su madre lo esperaba con la comida servida, sabía que su hijo llegaba siempre de clases muerto de hambre.

Un beso en la mejilla, una bendición, y lo encomendó a Dios mientras este se quitaba la franela del colegio, dejaba el bolso en el piso y se sentaba a comer.

—Ora antes de comer —le pidió su madre, Mary, mientras le acariciaba el cabello alborotado que él siempre se negaba a peinar.

—Sabes que no voy a hacerlo.

—Debes dar gracias a Dios por la comida sobre tu mesa, sabes lo que me cuesta conseguirla.

El padrastro de Soto trabajaba. No solo eso, sino que sus jornadas eran a veces de más de quince horas diarias; pero ganando un sueldo mínimo venezolano (equivalente a un dólar o dos por quincena) con apenas algunos abonos por sobretiempo, no podía mantener ni un matrimonio, menos uno con un bebé en camino y un adolescente de apetito infinito. Por la misma razón, la mayor fuente de ingresos eran los pasteles, panquesitos y galletas que hacía la señora Mary, mismos que salía a diario a repartir por su vecindario.

—No creo que Dios necesite que le dé las gracias delante de ti, ¿o sí? —comentó el hijo con su irónico tono habitual que a muchos se les hacía tan pesado.

—Te conozco, Jesús Alejandro, si no le das las gracias aquí y en voz alta, no se las darás nunca.

—Olvídalo. —Se levantó—. Se me quitó el hambre. Dale gracias a Dios por eso si quieres.

No lo dijo de mala manera, siempre mantuvo esa entonación bromista. Sin embargo, su madre había aprendido a identificar los matices en su humor, sus entonaciones, la calidad e intensidad de sus comentarios.

Soto se fue a su cuarto dejando su plato en la mesa, y se recostó del espaldar de su cama con las manos entrelazadas y la vista en el cielo.

Soto no era ateo. No podía serlo. Su creencia en un ser todopoderoso que tenía todo bajo control, que lo escuchaba a pesar de su inmundicia e insignificancia, que se aferraba a él a pesar de sus errores, que lo amaba cuando nadie más parecía hacerlo... era su único motivo para seguir con vida. Si Dios no existiera, significaba que estaba perdido. Solo. A la intemperie. Siendo una minúscula partícula de vida que el mundo no tardaría en pisar. Soto necesita creer en Dios tanto como sus venas necesitaban sangre.

Pero aborrecía la biblia. El Dios de esos pasajes no era amor, era un ser ególatra apasionado al castigo, que no daba margen a la humanidad para ser humano. El Dios de la biblia era un tirano. «O me amas, o te quemas. O crees en mí, o los gusanos se comerán tu alma. O me eres fiel, o con pestes, plagas y fuego maldeciré tu tierra».

Aborrecía tanto la biblia, que aquellas que su madre le regaló a lo largo de su vida permanecían bajo su cama tachadas con marcador negro en cada versículo que le pareciera misógino, cruel, contradictorio, un mensaje de odio vendido como amor. Casi no había páginas en blanco.

Sí, había leído el libro entero. Varias veces, en ediciones y traducciones distintas. Lo odiaba con bases.

Y a pesar de ello, disfrutaba de las historias del rey David, Moisés, José el rey de Egipto, Samuel (el profeta que ungió a David), y varias otras. Pero las veía como lo que eran: historias.

A algunos les gustaba la mitología griega, Soto era adicto a las historias de la biblia con todo y sus eternas contradicciones.

Pero había un mayor foco para su odio, uno al que no le conseguía ni la más mínima salvedad: la iglesia.

Diezmos que eran un robo. Pastores mantenidos por las ofrendas de su congregación, que fingían una santidad divina de la que la mayoría estaba demasiado lejos, profundamente lejos. Diáconos que fornicaban antes de recibir a sus hermanos con la mano y la bendición de Dios. Predicadores que no vivían sus propios mensajes. Mujeres siendo fieles partícipes de un sistema en donde eran sometidas y abiertamente llamadas "cuello" y no cabeza. Músicos homosexuales condenando sus propios sentimientos, mintiendo en un altar sagrado. Niñas perdiendo la esperanza, la incencia y la vida a manos de otros supuestos siervos de Jehova.

Soto definitivamente odiaba las Iglesias, y el motivo más profundo para ello quedaría entre él y su Dios. El mismo al que le habló esa tarde. Una deidad sin biblia, sin iglesia, sin infierno. Un Dios del que no tenía que convencer a nadie de su existencia porque era muy personal. Un amigo.

—Hola —le dijo al techo, apenado, y sonrió con timidez—. Sé que debes estar decepcionado de cómo traté a mi mamá. Debí haber fingido que oraba y luego venir aquí y contarte lo que de verdad te quiero decir. —Suspiró—. Necesito un abrazo, ¿sabes? Pero no quiero que sea ella quien me lo dé. No porque no la amo, sino porque la amo muchísimo. Si me abraza, voy a llorar, y si lloro, ella se va a romper. Quiero que me vea fuerte, como tú me has ayudado a ser...

Soto se acarició los brazos para combatir el frío de su soledad. Le gustaría que su amigo no solo escuchara, pero por el momento eso tendría que bastarle, porque nadie más en el mundo parecía querer oír.

—Voy a seguir con eso que sé que no te agrada. Está mal, lo sé. Y te agradezco por no juzgarme, por estar aquí para oírme siempre que vuelvo, venga de donde venga. Pero tengo que seguir. Lo haré hasta que sienta paz. Así que... Cuida a mi madre mientras no estoy. Y sí, sí, te prometo que comeré antes de irme.

»Nos vemos, Dios. Por favor no me juzgues.

Nota de autora: sí, habrá otros puntos de vista

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Nota de autora: sí, habrá otros puntos de vista. Y sí, este capítulo está contado por medio de un narrador omnisciente. Sé que es poco convencional mezclar narradores, pero esto es arte, y el arte es subjetivo, y las reglas (siempre y cuando se conozcan estas) están para romperse. Quería probar un nuevo formato con esta historia, intercalando la narración de la protagonista directo de su cabeza para que comprendan sus pensamientos y la transición de su "enfermedad", mientras que a los demás personajes los quiero seguir con un poco más de misterio, dejando mucho de ellos oculto que se desvelará de a poco.

Espero les guste.

Y como les prometí, en la tarde habrá otro capítulo ♡

Nerd: obsesión enfermiza [Libro 1 y 2, COMPLETOS] [Ya en físico]Where stories live. Discover now