61: Pretty Little liar

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Sinaí Nazareth

Tal vez.

Puede que eso también sea mentira.

•••

Soto me está empujando al límite. Estoy tentada a cometer actos que quiero, con todas mis fuerzas, poder evitar.

Pero él es un mediocre sin gracia. Cree que todo en esta vida todo es un chiste que puede torcer y arreglar con una carcajada al final. No entiende que mi año escolar depende de que mis notas sean perfectas y que no puedo, ni me da la maldita gana, de darme el lujo de reprobar por su culpa.

No tendré paciencia, lo sé.

Apenas me estorbe en el trabajo en pareja, lo voy a ahorcar.

Pero de eso puedo preocuparme luego.

Porque justo ahora, estoy quebrada.

Tiemblo, casi sin poder respirar. Y quisiera ser capaz de mantenerme estable y lúcida, pero sé que estoy al borde de una recaída, así que prefiero lanzarme yo misma, al menos así podré controlar el golpe.

No me gustan las mentiras, pero a veces me parecen necesarias para la supervivencia de ciertas cosas, inclusive la autopreservación.

Tal vez me engaño a mí misma con ciertos aspectos de mi vida por temor a asumir la extrañeza de mis actos. Porque sé que, si salieran a la luz, nadie podría entenderlos. Sería juzgada, condenada y, dado las tendencias de cancelación en redes, no dudo de las mil maneras distintas que tendrían para destruirme hasta que tuviese la necesidad de cambiar de identidad y empezar de cero.

Así que me parece mucho más sano convencerme de que un hecho falso es mi realidad, y de ese modo, si hasta yo lo creo, no habrá nadie que pueda dudarlo cuando me toque mentirles.

Sí estoy yendo a terapia. De hecho, tomo mi medicación religiosamente porque sé que necesito la lucidez al máximo para poder enfrentarme a Axer Frey y sus maniobras en el tablero.

Pero sé que la historia que narré sobre un retiro espiritual con mi madre en fechas navideñas fue un invento planificado al milímetro. Palabra por palabra, como hace todo buen hilador de un engaño oral.

Mi madre sí estuvo en ese retiro, por supuesto. Y engañada, cabe agregar. Le dije que se fuera en el autobús de la congregación que salía esa noche, y que yo me iría en la mañana en el transporte para los jóvenes de la iglesia.

A la mañana siguiente, conseguí un teléfono prestado para decirle que perdí el autobús por quedarme dormida y que disfrutara su viaje sin preocuparse por mí, que yo la esperaba luego de año nuevo.

Preocupada por dejarme sola en la etapa más depresiva de mi vida, ella contactó con una psicóloga por su cuenta y se endeudó por pagar mis citas online. Así empecé a ir a terapia.

Pero, en lo que respecta al resto del mundo en mi pueblo, no les dejé saber que seguía cerca. Me encerré en casa en completo silencio, con todo electrodoméstico sin utilizar para no levantar sospecha, sin encender si quiera el televisor. No me permití ni la luz de los bombillos, quería que hasta la última sombra de mi cuadra se creyera mi ausencia.

Mi única distracción era la lectura, la terapia, alguna que otra actividad de la que ya hablaré, y la ventana.

Había un pequeño hoyo en la cortina, el espacio justo para servirme de mirilla sin que al otro lado se viera ni mi silueta, gracias a la oscuridad absoluta del cuarto.

Nerd: obsesión enfermiza [Libro 1 y 2, COMPLETOS] [Ya en físico]Where stories live. Discover now