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Traté de no ponerme nerviosa, tarea difícil si tenía en cuenta que estaba bailando para la razón de mis desvelos.

Las luces se atenuaron por lo que no podría reconocerme. Una parte de mí estaba feliz de que fuera él y no Alexei, pero la otra sabía que sería más fácil que Gavrel me reconociera por lo que debía ser muy cuidadosa.

¿Qué hacía ahí? Me pregunté mientras daba unos pasos zigzagueantes en su dirección.

Me miraba con rostro serio, los brazos apoyados en el asiento y un vaso de wiskey en la mano.

¿Sería prudente tocar el botón de pánico? Traté de no mirar su rostro mientras tocaba mi cuerpo, pero sí sentí su mirada en mí, siguiendo cada movimiento que hacía.

Estaba celosa de mi misma. Porque, a pesar de que era yo, él no lo sabía que era yo, por lo que había pedido que una de sus empleadas nuevas le hiciera un baile privado.

¿Tan rápido me había olvidado? No tenía derecho a pensar así, pero hubiera sido hipócrita negarme mis pensamientos.

Moví mi pelo, me di la vuelta y caminé un par de pasos hacia la cortina, antes de girar mi cuerpo de forma provocadora y tocar mi rostro.

Su mirada en mí estaba provocando lo que siempre provocaba: calor allí donde se posaba. Bebió un trago de su bebida y dejó el vaso en el brazo del sillón. Yo movía mis hombros y caderas lo mejor que podía, el ritmo de la música y su deseo alentaba mis movimientos.

Cuando él se puso de pie y dio un paso al frente titubeé un poco. ¿Querría tocarme? No podía permitir que se acercara y me reconociera, por lo que me alejé en la habitación con una sonrisa medio coqueta y medio de pánico, aún moviéndome con delicadeza.

Él no había sonreído en ningún momento, su rostro estaba desencajado por el deseo (o el alcohol) y una nueva oleada de celos me recorrió.

Toqué mis pechos mirándolo a los ojos y mordiendo mi boca. Bajé con las manos juntas por mi vientre hasta el borde de mi tanga. Me estaba dejando llevar. Era Gavrel, no podía evitarlo, sacaba a relucir todo lo sensual que había en mí. Quería gustarle.

Él aún estaba de pie, mirándome embobado.

Me volví a dar la vuelta, quedando de espaldas en un vano intento por huir del embrujo que ejercía su mirada en mí. Moví las caderas alzando los brazos al ritmo de la música.

Entonces sus dedos rodearon mi cintura y habló en mi oído, sus manos también estaban frías.

—Estás hermosa, prelest´ moya —dijo y depositó un beso en mi hombro.

¿Usaba mi apodo para todas o me había descubierto? Intenté girarme pero sus manos me mantenían allí firme.

Las bajó a mis caderas y las movió al ritmo de la música, pegando su cuerpo al mío. Suspiré sin poder evitarlo al sentir su aroma.

Me giró y, con cuidado, me condujo hasta una pared y apoyó ambas manos a los costados de mi cabeza. Los tacones hacían que nuestra alturas se equipararan un poco. Su nariz acarició mi cuello arriba y abajo mientras dejaba delicados besos en toda la zona. Estaba extasiada por sus caricias. Con una de sus manos acarició mi cintura.

—Esta es la cosa más malditamente imprudente que has hecho, Dannika —susurró en mi oreja otra vez y dejó otro beso en mi cuello. Sentí el aroma del whisky en su aliento.

Me soltó dando un paso atrás y alcé el rostro encarnándolo con rostro culpable bajo la máscara.

—¿Desde cuando lo sabes? —pregunté.

Deuda de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora