Extra 4: Gavrel

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El tiempo jamás había pasado tan lento. Cuando mi padre enfermó aprendí que el tiempo es caprichoso, que le gusta jugar con nosotros y torturarnos, entendí que éramos sus esclavos en el más cruel sentido de la palabra. El tiempo en aquél entonces había pasado rápido, como una exhalación por mi lado, como el rápido parpadeo de un relámpago en el cielo.

Los momentos en el hospital con él eran como efímeros tesoros agridulces.

Pero ahora el tiempo en el hospital se sentía denso, pesado y lento. El segundero amenazaba con quitarme la poca cordura a la que me aferraba.

La esperanza.

Me aferraba a esa esperanza que Danni significaba en mi vida.

—Gavrel, quédate quieto, por favor, solo logras que Eli se angustie —dijo Eliseo parándose ante mí. Ni siquiera era consciente de que había estado caminando sin parar.

Lo enfoqué, estaba cubierto de sangre (la sangre de Danni) y con los ojos vidriosos. Si Dannika tenía alguna posibilidad de sobrevivir era gracias a él, no a mí.

Miré la puerta del quirófano, firmemente cerrada hacía más de una hora cuando varios funcionarios habían entrado con rapidez. Por más que intentamos preguntar qué ocurría, nadie nos dio un respuesta.

Miré a Elaia y a Linette, la tía de Dannika. Ellas estaban juntas tomadas de la mano, Eli acariciaba los nudillos de su tía casi con frenesí. Ella también miraba con odio el reloj en la pared.

Mismo odio que dirigió a nosotros rato antes, cuando llegaron como locas al hospital. Otra cosa que debo agradecerle a Eliseo: logró apaciguarlas lo suficiente para que estemos todos en la salita de espera en tensa armonía.

—¿Aún no ha llegado la policía? —pregunté intentando distraerme.

—Mi padre se está encargando, aunque seguro vendrán por nosotros luego —contestó.

—Perfecto.

Se encaminó a sentarse lo más alejado posible de las Murath y lo seguí, no podía seguir caminando frente a la puerta.

—No puedo creer que Felix hiciera eso —dijo en un susurro llevando sus manos a su cabello. Debíamos de tener un aspecto terrible, los dos cubiertos de sangre y con rostro demacrado. Tal vez por eso Elaia y Linnete se pusieron histéricas al vernos. Lo cierto es que a ninguno nos importaba.

—Me sorprende que esto no haya ocurrido antes —dije. Esa idea había estado rondando por mi cabeza desde que pasó todo. ¿Cómo fui tan idiota? ¿Cómo me dejé cegar tanto como para olvidarme quién era y donde estaba parado? Lo cierto es que el ego me había ganado: pensé que podría protegerla de lo que se presentara, pero no fui capaz de bajar el puto arma del auto.

—Tiene pinta de que te estás martirizando, siéntate y pon tus energías en Dannika —rezongó y le hice caso.

Dannika. Apenas habían logrado parar la hemorragia antes de trasladarla aquí. Los médicos de la policlínica costera estaban estupefactos al vernos, pero accedieron a tratarla y cuando hicieron preguntas Eliseo mostró su arma, lo que los puso incluso más nerviosos. Tal vez algo en nuestras expresiones los hizo desistir y dejarnos ir tras la ambulancia o simplemente temieron por sus vidas.

Estaba tan pálida, tan frágil. Debía vivir. Tenía toda la vida por delante, todo por lo que quedarse aquí. No saber que ocurría allí dentro me estaba matando.

—Si muere será nuestra culpa —dijo Eliseo, al parecer había llegado su turno de martirizarse. Cerré los ojos con fuerza, solo de oír sus palabras la respiración se me cortó. No quería siquiera pensar en esa posibilidad.

—No morirá —contesté.

—No lo sabes, Gavrel, perdió tanta sangre —insistió con la voz quebrada.

Lo miré con intensidad, parecía más joven que nunca, se veía perdido, con la mirada apagada.

—No puede morir —susurré.

Sentía el nudo en la garganta que precedía a las lágrimas, no quería llorar pero la desesperación y la impotencia se apoderaban de mi pecho.

—Si ella muere, te mataré y me mataré —dijo como una promesa. Asentí, sabía a lo que se refería.

—Te tomo la palabra —dije. Una lágrima se escapó de mis ojos, me daba igual si Eliseo Bunner me veía llorar.

—Y si vive...

—Vivirá, Eliseo.

—Sí, cuando salga de esto... la pondré en una maldita caja blindada para que nada le pase —dijo con una sonrisa amarga.

—Cuando salga de esto la dejaré en paz —sentencié seguro de mis palabras.

Todo el camino había jurado al universo que si Dannika vivía me apartaría de ella, la alejaría de todo lo que me envolvía. Había pedido y rogado a quien me escuchase por su vida y en mi desesperación me daba cuenta que tenía razón. Pensándolo de manera calmada, esta era la mejor solución.

Me destrozaría el corazón, pero ella viviría y ese sería mi consuelo.

—Espero que tu familia haga lo mismo —le dije a Eliseo.

—Sabes que no tengo mandato allí...

—Puedes más de lo que crees y es hora de que lo demuestres. Si la amas y esto no hace que te des cuenta el peligro que corre...

—No me retes, Romanov, sé lo que tengo que hacer —dijo tensando la mandíbula.

—Ella merece una gran vida, Eliseo, nada de lo que nosotros podamos ofrecerle se asemeja a eso.

—¿Crees que no lo sé? Si no fuera por la obsesión de mi padre por ella jamás se habría metido en esto. No me mires así, estoy convencido de que hay algo más que una deuda con su padre en este asunto. ¿Sabes las circunstancias del accidente que lo mató? —preguntó. Negué con la cabeza, confundido—. Búscalo en la aseguradora del auto, no en los informes policiales.

Iba a decir algo más, pero las puertas del quirófano se abrieron y una joven doctora salió. Todos nos pusimos de pie.

—¿Familiares de Dannika Murath? —preguntó mientras nos acercábamos. Más personas del equipo salieron.

Sentí el corazón en un puño mientras Linnet asentía.

Estaban serios y preocupados.

—Dannika está en cuidados intermedios, hubo una complicación, la perdimos unos segundos pero todo salió bien... —dijo.

Mi mente se nubló.

"La perdimos unos segundos".

No fui consciente de lo que pasó luego.

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Un poquito de estos dos para compensar mi ausencia ♥

Deuda de sangreWhere stories live. Discover now