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Varios guardias arrastraron el cuerpo decapitado fuera de la vista de la reina y su hija, un enorme charco de sangre oscura rodeaba el yunque del verdugo y empezaba a atraer moscas. El sol estaba en su mejor punto y la multitud en la Plaza del Eclipse aclamaba un delincuente más, sedientos de violencia y justicia. La princesa con un movimiento de sus dedos ordenó que trajeran a la última prisionera, Freya había reservado lo mejor para el final y estaba ansiosa por mostrarle a su pueblo la sorpresa que tenía preparada.

—¿Por qué sonríes? —preguntó la reina sin voltear a verla mientras se abanicaba el rostro ligeramente.

—Por lo que viene —contestó Freya sin retirar la sonrisa.

Un guardia entró tirando de una cadena que rodeaba el cuello de la chica rubia que Fionn había arrojado a los calabozos del castillo la noche anterior, la menac estaba un poco maltratada y sucia pero Freya no era responsable de eso. Ella había pensado en un mejor castigo que una golpiza o una muerte rápida. El Capitán de la Guardia, de pie a un costado de la reina, desenrolló un pergamino y comenzó a leer los cargos que el príncipe le había asignado a la menac en el registro de las sentencias.

—¡La prisionera es acusada de conspirar contra la corona real de Morttland, de participar en espionaje rebelde y se le responsabiliza por las recientes desapariciones de civiles en la capital! —gritó el Capitán para que todos pudieran escucharlo y la multitud comenzó a abuchear a la menac—. ¡A continuación su Majestad dictará el castigo para sus delitos! —cerró el pergamino y la plaza se enmudeció.

—La ley es clara... la traición se paga con la muerte —respondió y los gritos eufóricos de la gente regresaron.

La rubia al oír su futuro intentó moverse pero el guardia que la sostenía apretó la cadena para ahorcarla un poco y controlarla antes de arrastrarla al yunque donde el verdugo le rebanaría la cabeza, sin embargo la princesa Freya se levantó de su asiento y los detuvo.

—¡No! —gritó. Los guardias la vieron confundidos—. ¡Traigan al león! —ordenó y el público se emocionó aún más. Freya ignoró la mirada molesta de su madre y continuó hablando—. ¡Los rebeldes creen que pueden venir a nuestra ciudad y amenazarnos, les probaremos que están equivocados! —una jaula de hierro entró a la explanada—. ¡Morttland nunca dejará de pelear por lo que le pertenece! ¡Somos una nación de hierro, y los obligaremos a arrodillarse! —la multitud estuvo de acuerdo con ella y gritó todo tipo de insultos hacia los rebeldes—. ¡Y que quede claro!—vio directamente hacia la menac—. ¡Si ellos nos patean, nosotros les arrancaremos las piernas! —el león enjaulado rugió y la gente aplaudió.

La princesa Freya se regocijó en el apoyo de la población mientras la jaula con la bestia hambrienta era colocada en el centro de la plaza para que todos pudieran ver el espectáculo, el guardia que custodiaba a la menac se apresuró a llevarla ante el animal que caminaba ansiosamente de una esquina a otra, a la espera de su comida. Incluso los miembros de la corte que habían asistido y estaban a los lados de la tarima donde la reina y ella se encontraban, miraban con atención lo que sucedería. Freya retomó su asiento, suspiró y se dispuso a disfrutar del gran final de las sentencias que había planeado.

Admitía que había estado preocupada por la reacción del público, nunca había hablado ante tanta gente y menos a la clase obrera. Tuvo miedo de que el castigo fuera demasiado para la población, no obstante le acababan de demostrar que pensaban igual que ella por lo que no pudo evitar sentirse parte de ellos por primera vez.

La jaula fue abierta y arrojaron a la rubia dentro, sin armas y todavía encadenada. Sobrevivió los primeros diez minutos corriendo de esquina a esquina, apenas escabulléndose de las garras del león hasta que se tropezó y los colmillos le perforaron una pierna. Los gritos de la rubia fueron consumidos por el ruido del público y los aplausos de la corte, la princesa sonrió cuando el león saltó sobre ella y le mordió la espalda.

Heredera de CenizasWhere stories live. Discover now