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Fionn cerró cada ventana y cortina de la habitación de Lena, la castaña lo vio ir y venir de un lado a otro mientras aguardaba sentada junto a la chimenea encendida. Al finalizar la cena el príncipe la acompañó hasta sus aposentos, no era necesario aclarar las razones, por poco la magia de Lena tiraba abajo toda la farsa de Lady Kaya.

—No es lo que crees —declaró harta de esperar por una reacción del príncipe—. No soy una bruja —espetó viendo hacia el fuego.

—Eso no es lo que me preocupa —respondió sentándose frente a ella, en el sillón contrario al que estaba.

Lena frunció el ceño.

—¿De qué estás hablando?

—Tu magia es... —dijo todavía sin verla a la cara— joven, por así decirlo —se rascó la nuca—. Además alguien adiestrado no se habría expuesto tan fácil, mucho menos una hija de Daenes —habló viendo hacia un punto en el suelo.

En eso él tenía razón las brujas eran seres entrenados y altamente inteligentes, bajo ninguna circunstancia cometerían algo tan estúpido como exponerse en una cena con la reina.

—¿Qué planeas hacer conmigo?

Fionn permaneció en silencio otra vez, provocando que la flama en la chimenea creciera a la par con la incertidumbre que carcomía a Lena con cada segundo en el que él no contestaba. Había una alta probabilidad de que la mandara a los calabozos, su tipo de magia estaba prohibida en el continente y quien la poseyera debía morir, sin excepciones.

Nadie quiere presenciar otra era de las brujas.

Las hijas de Daenes se hicieron famosas por masacrar a los humanos durante la Caída de las Estrellas, millones fueron asesinados por esas criaturas hasta que la oscuridad se desvaneció y la luz obligó a las brujas a exiliarse al único lugar donde el sol no aparece. Witland, una tierra desierta y sin vida. Incluso cuando no ha habido noticias de brujas en cientos de años, los reinos seguían mantenido sus precauciones.

—¿Es por nacimiento o te maldijeron?

—¿Eh? —la voz del príncipe la trajo de vuelta a la realidad.

—Tu magia, Lena —repitió— ¿Naciste con ella o la adquiriste después?

—Creo que nací con ella —se vio las manos como si la respuesta fuera a aparecer ahí—, la verdad no lo sé —cerró los ojos y los apretó—, incluso mis padres se sorprendieron cuando brotó por primera vez —explicó al abrirlos.

—¿Hace cuánto sucedió? —Lena volteó a verlo aunque Fionn seguía con la mirada fija en el suelo.

—Poco más de un año —contestó recordando lo terrible que fue esa noche de Vahelis en su aldea.

El hombre de ojos azules se frotó las manos antes de dar un largo suspiro que cosechó los nervios de la chica, jugueteó un poco con su anillo y la corona de oro azul con bordes de plata brilló sobre su cabeza cuando recibió la luz del fuego que se alimentaba de Lena.

—Necesito que seas honesta conmigo —declaró antes de voltear a verla directamente a los ojos—. ¿Alguien en tu familia es o fue una bruja?

Lena no lo dudó ni un segundo.

—No.

Soltó otro suspiro, aunque este fue uno mucho más ligero y largo como si un enorme peso fuera retirado de sus hombros.

—¿Tienes idea del porqué posees esta magia?

—Ninguna.

—Bien —el hielo en la mirada del príncipe se derritió—. Asumo que no has practicado con ella todavía —la castaña asintió—. Estás de acuerdo en que no puedo permitir que andes por ahí en esas condiciones, ¿cierto? —Lena ladeó la cabeza con el ceño fruncido incitándolo a hablar más—. Los brotes de magia a veces tienden a ser violentos y cualquier cosa los puede detonar, desde una simple risa hasta un arranque de ira —prosiguió con una voz serena—. Apuesto a que no es la primera vez que te pasa en el castillo —la chica identificó el ligero destello de diversión que puso en ese comentario.

Heredera de CenizasWhere stories live. Discover now