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Al día siguiente Wilinthea no la despertó en la mañana y tampoco lo hizo el general Skandar Dankworth. Se apartó el cabello de la cara y medio dormida se sentó en la mesa situada en el centro del comedor alumbrado por la luz matutina, su desayuno ya la esperaba todavía caliente, tomó el vaso de jugo y olió la naranja fresca. Ya tenía una semana atrapada en el Castillo de Obsidiana, al parecer ese había sido tiempo suficiente para que esa gente supiera a qué hora se levantaba y traer su desayuno antes de que abriera los ojos pero sin que la comida se volviera espesa o fría. Lena concluyó que la estaban estudiando tanto como ella a ellos. Le dio un trago a su jugo y tomó una hoja de papel junto a su plato, leyó las primeras líneas y no necesitó continuar al ver que Wilinthea le recordaba que tenía prohibido salir de sus aposentos por órdenes del príncipe. Sabía que esto era una especie de castigo por haber estado en las cocinas sola, ¿acaso el general no había aclarado la situación?

Resopló y aventó la hoja hasta el otro extremo de la mesa. Lo consideró injusto, pero entonces la naranja dulce en su paladar le supo amarga. Nada de su situación actual era justa en realidad.

Se comió la avena con una mueca en la cara y los huevos revueltos con el ceño fruncido aunque se terminó toda la comida, y fingió no haber disfrutado la galleta con chispas de chocolate que encontró entre las hogazas de pan. Todo lo masticó y tragó con molestia, por supuesto.

Lena se tumbó panza arriba entre las almohadas esponjosas de la cama, y jugueteando con el dije de su gargantilla se dispuso a dejar de pensar en lo que la preocupaba y se concentró en lo que sabía, ahora que ya había salido de su jaula lujosa y por fin volvía a estar sola por primera vez desde que despertó en aquel salón con olor a manzanilla. Había llorado todas las noches desde su llegada hasta la anterior, simplemente dejó de tener lágrimas; así que, con el dedo enrollado en la cadena de oro empezó a enumerar todo lo que sabía con certeza. Primero, el príncipe la había traído solo, sin guardias; Segundo, el príncipe no la lastimaría; Tercero, su habitación estaba en el quinto piso del castillo; Cuarto, le retiraron el mapa que guardaba en su mochila; Quinto, Wilinthea tenía mucho poder para ser una sirvienta; y Sexto, siempre estaba vigilada.

Pensó un buen rato sobre la información que esos hechos le brindaban, y cuando terminó de hacer su análisis se dedicó a conocer mejor su jaula dorada mientras evitaba sentirse miserable. Se paseó por las habitaciones con pasos vacilantes, admiró la estructura de las paredes blancas y los muebles finos. Predominaba una bella decoración en tonos marfil y crema con un poco de azul, fue al cuarto donde estaba la tina y se preparó un baño caliente para matar el tiempo. Por lo menos le habían dado unos aposentos lo suficientemente grandes como para no sentirse atrapada en una ratonera.

Para cuando terminó de asearse se sentó en el borde de su balcón con las piernas colgando en el vacío, clavó su mirada en las flores del jardín mientras la brisa de la tarde le revoloteaba el cabello y su entrecejo se fruncía más con cada pestañeo. Aborrecía estar en el castillo, ella quería correr por el bosque y desaparecer para siempre de la capital. No le importaba que el príncipe hubiera prometido regalarle el entrenamiento, porque ese acuerdo no había sido un regalo sino un chantaje. Algo con qué entretenerla.

Ella no tenía ningún motivo para quedarse, al contrario con cada segundo que pasaba en aquel lugar solamente encontraba más razones para arriesgarlo todo y cruzar la puerta que la retenía de su libertad. Frustrada se dejó caer de espaldas en el piso del balcón, tomó la falda de su vestido para cubrirse con ella y ahogó un grito en toda esa tela sobre su rostro. Suspiró con pesadez al retirar el vestido de su cara y vio las pocas nubes blancas sobre ella mientras pensaba nuevamente en cómo había llegado a ponerse en aquella situación, unos minutos después escuchó varias risas que provenían del jardín y su atención recayó en una chica de cabello negro que llevaba una tiara dorada con piedras azules en la punta de cada pico. Lena supo que se trataba de alguien importante al ver como las demás damas a su alrededor la seguían por detrás y la veían con sonrisas nerviosas, a pesar de la distancia Lena pudo notar cierto parecido con el príncipe, pues, ambos tenían el cabello tan oscuro como la piedra negra del Castillo de Obsidiana y emanaban una energía de peligro que tensaba a cualquiera. La chica debía ser la hermana del príncipe heredero, Freya. Por supuesto que Lena sabía cosas sobre la familia real de Morttland, su pueblo era paradero de viajeros y por lo tanto punto de reunión de trovadores sin éxito en las grandes ciudades como Heallven, todos siempre cantaban sobre la soberbia de la princesa y su pasión por el sufrimiento ajeno. Lena se sintió incómoda observándola y abandonó el balcón antes de que la princesa Freya pudiera incluso subir la mirada a su balcón por casualidad.

Heredera de CenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora