26

3.9K 525 32
                                    

Skandar tensó sus brazos con la espalda recta, vio hacia el blanco y tiró de la flecha antes de acertar en el punto rojo marcado en la diana. Sonrió para sí mismo al ver que era la doceava flecha que se clavaba en el área marcada del centro. El general resaltó entre su generación por ser altamente hábil en casi cualquier actividad que se le ordenara, y después de unirse a las filas como centinela de uno de los comandantes refinó su destreza en el manejo de las armas y el combate para lograr llegar a donde está ahora.

Tomó otra flecha con una sonrisa expandiéndose por su rostro al imaginar los múltiples intentos fallidos que tendría Lena cuando la ponga a practicar en el campo. Se la imaginó soltando su primer disparo y que la flecha sólo se hubiera alejado un par de centímetros de donde ella estaba. Una sonora carcajada se liberó antes de su tiro y se aplaudió a sí mismo por no haber hecho ni un sólo disparo que manchara su reputación.

—Entonces sí eres de los que se ríen de sus propios chistes —el tono en ese comentario le advirtió que su compañera estaba de mal humor, tal vez la cena no fue tan bien como lo esperaba.

—Toma un arco —apuntó hacia la diana con una nueva flecha—. Ya es hora de que veamos tu puntería.

Lena pasó a su lado empujándolo por el hombro justo cuando soltaba la flecha por lo que su tiro ni siquiera se acercó a la diana. Skandar rodó los ojos, no había sido su culpa que hubiera tenido una mala experiencia con la familia real anoche, así que a su criterio, le parecía injusto que se desquitara con él y no con Fionn cuando el príncipe fue el que propuso realizar la cena en primer lugar.

—¿Ahora qué te pasa? —preguntó con fastidio dirigiéndole la mirada y bajando el arco al acercarse a ella.

—¿Has escuchado noticias sobre el lobo blanco? —la chica tomó un arco mientras su capa verde descansaba sobre la mesa junto a la pared de piedra.

—Los cazadores piensan que hulló al norte —ella rió amargamente—. ¿Por qué? —Lena azotó de golpe el arco de madera negra y lo encaró con dagas en los ojos.

—Me dieron un regalo anoche —alzó su capa de la mesa para revelar una caja azul bastante estilizada.

—¿Y viniste a presumir? —preguntó al mismo tiempo que ella le extendía la caja.

—Ábrela —ordenó seriamente cruzándose de brazos.

Skandar frunció el ceño confundido por la manera en la que ella le había hablado, botó con desdén el arco en su mano derecha sobre la mesa y tomó la caja para abrirla sobre el mueble de madera. Se desconcertó al ver una capa gruesa completamente blanca, acarició lo que creyó que era algodón y al instante que sus dedos tocaron la prenda supo que no era una simple tela.

Una mueca se extendió por su rostro al pensar en lo que se avecinaba.

—¿Qué se siente ser la razón de la muerte de alguien más? —espetó ella con firmeza.

—¿Quién te la dio? —sacó la capa para inspeccionarla.

El lobo era enorme y aunque poseía demasiado pelaje no alcanzaría para algo tan extravagante, quien sea que se la haya regalado tuvo que haber contratado a una modista que hiciera milagros para lograr distribuir el limitado material por las largas medidas de la capa. Un trabajo así de riguroso sólo podría ser pagado por pocas personas en el castillo.

—Te hice una pregunta —insistió.

—¿Por qué no me sorprende? —bufó—. Por supuesto que no te importa —arrebató la capa de sus manos y volvió a meterla a la caja con violencia—. Después de todo a eso te dedicas, a destruir vidas.

Heredera de CenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora