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Sus pies iban y venían en su habitación, recorriendo el mismo camino de esquina a esquina que había estado repitiendo desde hacía una hora. El piso se encontraba repleto de los libros a medio leer que había estudiado sin descanso durante la madrugada, los nervios no le permitieron dormir más de quince minutos por lo que prefirió usar ese tiempo para investigar las debilidades y fortalezas de sus enemigos. Toda la información posible sobre los menacs que pudo leer le daba vueltas en ma cabeza, mareándola y provocándole más ansias de las que ya era prisionera.

La noche anterior mientras cenaba en silencio en compañía de Skandar, pensó en lo que haría al recibir la ubicación de La Madriguera y encontrara al rubio que se le había escapado. Era obvio que tendría que matarlo pero... ¿qué haría si alguien la veía? Los mencas tenían un sentimiento de unidad bastante alto y alertaría a toda la jauría. No estaba segura de poder asesinar a una familia completa, eso la convertiría en el mismo tipo de homicida que había criticado toda su vida. Los principios bajo los que se fue criada en Cellis seguían bien escritos en su mente poniéndola en un dilema moral, su vida o la de ellos. En su pueblo natal le enseñaron a respetar toda la vida, aunque, ¿cómo podría proteger su futuro sin arruinar el de otros? Llegado el momento tendría que elegir y le asustaba que ya sabía la respuesta.

Estaba por comenzar a morder la carne alrededor de la uña de su pulgar cuando la puerta de su habitación se abrió dejándola petrificada al reconocer la figura esbelta de la princesa, cubierta por una capa azul metálico y con leones dorados bordados en todo el contorno de la tela.

La advertencia de Lord Steirffall resonó de nuevo en sus oídos, nadie debía hablar con ella. Asustada corrió a cerrar la puerta detrás de Freya quien hizo un gesto de disgusto al ver las condiciones en las que estaba su amiga.

—¡Dulce Hiannon! —exclamó llevándose una mano al pecho—, ¿Qué le has hecho a tus aposentos, Kaya? —le reprendió adentrándose en la habitación sin importarle pisotear uno que otro libro durante el proceso—. ¿Y por qué sigues en camisón?, ya es más de mediodía.

El corazón de la castaña se aceleró al ser incapaz de crear una respuesta rápida, no pudo desenredar el nudo de palabras en su garganta y para escapar de la mirada inquisitiva de Freya, optó por agacharse a recoger los libros que claramente le habían estorbado a la princesa hace un segundo.

—¿Has estado aquí encerrada toda la mañana? —prosiguió caminando hacia la cama revuelta. Lena apenas pudo salvar los libros de sus pies—. ¡Oh, por mis dioses, Kaya! —buscó a la castaña quien ya se encontraba aventando todos los libros bajo la cama. Los ojos penetrantes de la princesa lograron petrificarla dejándola a la espera de oír otro regaño—. Ahora entiendo porqué ni siquiera has querido abrir esas cortinas —Lena se paró del suelo con el ceño fruncido—. Este vestido es horripilante —levantó la prenda que Wilinthea había preparado en la mañana—, yo tampoco desearía ser vista en una abominación como esta.

A Lena le tomó un segundo comprender la historia que su amiga se había construido y una vez con la mente en orden apoyó esa mentira, añadiendo una más al historial que llevaba.

—Sabía que no podía ser la única que viera lo feo que es el vestido —le siguió la castaña—. Tendré que quedarme todo el día encerrada —le regaló una mirada triste aunque la princesa le reflejó una diferente.

—No, no —negó con la cabeza—; es un bonito día para ser desperdiciado —giró sobre sus talones y fue a abrir las cortinas, los ojos de Lena fueron quemados por la luz del sol —, las ventiscas comenzarán pronto y hay que disfrutar las últimas tardes de verano —dijo encaminándose de regreso a la castaña quien se cubría del resplandor posando una de sus manos sobre su frente.

Heredera de CenizasWhere stories live. Discover now