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El Mercado Plateado ya estaba a punto de reventar en el corazón de la capital mientras el calor del mediodía se hacía presente. Lena con un pie en el mundo de los sueños y el otro en la realidad enterró la cara en la almohada huyendo de la luz que trataba de aligerar su sueño. Rodó un par de veces para encontrar mayor comodidad pero no logró volver a dormir, fue entonces cuando recordó la situación en la que estaba y se incorporó inmediatamente por acto reflejo.

Parpadeó varias veces para despabilarse sin embargo tuvo que tallarse la cara con ambas manos para lograr deshacerse de la pesadez de la cama, alejó su mano cuando su nariz tocó su vendaje y le sorprendió ver que no estaba sangrando. Deshizo el vendaje que le habían realizado tan eficientemente para ver su herida y frunció el ceño al descubrir el estado de su mano, una costra cubría casi por completo lo que hace unas horas era una herida totalmente abierta. Ella sabía que era imposible que se recuperara tan rápido, ni con la pasta verde que Skandar le llevó para atender la mordida había mejorado tan rápido.

Buscó a alguien en la Enfermería Real pero lo único que la acompañaba era el canto de las aves que entraba por los ventanales abiertos.

Se sentó al borde de la cama lista para ir a encerrarse en la Sala de Entrenamiento y así estar fuera del alcance de Lord Steirffall, no obstante descubrió que le habían retirado los zapatos. No pudo evitar pensar lo mucho que se parecía la situación a la primera vez que despertó en el castillo y se preguntó si también habría guardias detrás de esas pesadas puertas en esta ocasión.

Y como si los dioses estuvieran jugándole una mala broma las puertas se abrieron de par en par dando paso a cuatro guardias de armadura dorada que la pusieron a temblar. Estaba claro, venían por ella para arrastrarla a la horca tal y como Lord Steirffall le había prometido. Ni Fionn ni Skandar la protegerían esta vez, ahora era su turno de hacerlo por sí misma, al menos una última vez. Las palmas de Lena comenzaron a calentarse mientras daba un brinco hacia el suelo para poder enfrentar mejor a los soldados pero justo cuando las chispas comenzaban a tomar forma en la punta de sus dedos una corona de oro y diamantes emergió de entre el grupo de hombres.

—Lady Kaya, ¿qué haces de pie? —las chispas se apagaron—. ¿Las sanadoras no te dijeron que debías permanecer en cama? —le reprendió Freya a medio camino de llegar a Lena situada al fondo de la sala.

—¿Princesa? —la castaña se sentó lentamente en la cama tratando de regular los latidos desenfrenados de su corazón.

—¿Quién más iba a ser? —ironizó con diversión—. ¿Esperabas a otra persona? —levantó la falda carmesí de su vestido y aceleró su paso.

—No —negó con la cabeza—, lo siento, es sólo que no pensé que bajarías a visitarme —improvisó.

Freya hizo un gesto con su mano al llegar a los pies de la cama de Lena y los guardias regresaron por donde habían entrado sin decir una palabra. La castaña no despegó la vista de esos hombres hasta que las cuatro armaduras desaparecieron de la Enfermería Real y las grandes puertas fueron cerradas tras ellos.

La princesa tomó asiento en una silla situada entre las camas, un detalle en el que Lena no había deparado hasta ahora.

—Eres mi mejor amiga —obvió—, por supuesto que me iba a preocupar por ti, tontita—le regaló una ligera sonrisa que destelló a la par con el brillo de sus joyas al recibir la luz del sol.

La inmaculada presencia de la hija de monarcas le otorgaba un aire de superioridad a esa simple silla de madera. Fue entonces que recordó las prendas que vestía, trató de ocultarse en su capa pero se llevó otra sorpresa al descubrir que le habían cambiado la ropa del entrenamiento por un fino vestido azul turquesa.

Heredera de CenizasWhere stories live. Discover now