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Se sentó en una de las bancas frente a la fuente del jardín a la espera de la princesa. Henryk se ponía las flores naranjas que Lena le había dado hace unos minutos cuando la brisa de la mañana le acarició el rostro mientras se divertía viendo a los pajaritos bañándose en la tierra.

Skandar no fue a visitarla la noche anterior, tuvo una reunión urgente a la cual asistir por lo que no pudo agradecerle por el ungüento. Sus heridas ya sólo eran unas cuantas costras y pronto se volverían un anillo de cicatrices gracias a esa masa verde, no sabía lo que era, pero estaba funcionando. Y si seguía progresando podría reanudar el entrenamiento dentro de un par de días como lo acordaron.

—Me alegra que hayas podido venir, Lena —la castaña se sobresaltó al reconocer la voz del príncipe.

Volteó rápidamente hacia Henryk para averiguar si había escuchado su nombre aunque el pelirrojo ya no estaba con ella.

—Alteza —saludó a secas al darse cuenta de que estaba sentado a una mano de distancia.

—Hace unos días me llamabas por mi nombre, ¿qué cambió? —sintió la mirada curiosa del príncipe y tragó saliva.

—Estoy esperando a la princesa —evadió la pregunta sin despegar los ojos de la fuente.

—Ella no vendrá, mi madre la ha entretenido por mí —comentó y por la vista periférica distinguió como Fionn también veía hacia la fuente—. Aunque claro, ella no sabe que me está haciendo un favor —Lena vislumbró una ligera sonrisa.

—Si no voy a ver a la princesa, entonces me excusaré —se levantó de la banca y alisó su falda lila.

—No huyas de mí.

Esas palabras petrificaron sus pies cuando quiso emprender camino hacia sus aposentos. El príncipe se paró frente a ella y buscó hacer contacto visual sin embargo Lena se refugió en el pasto, algo le decía que si se aventuraba a ver ese azul intenso nada acabaría bien para ella otra vez.

—No sin antes decirme qué hice mal —prosiguió.

El heredero intentó tomarle la mano pero ella la apartó antes de que pudiera hacerlo. Lena se enredó con su propia lengua y le tomó varios segundos ordenar sus palabras.

—Usted no hizo nada que no fuera mi culpa —clavó la mirada hacia un botón en la chaqueta verdosa de Fionn—. Yo fui la que no respetó su título ni su corona, ahora sé en dónde me encuentro y estoy comprometida a representar el papel que me corresponde, Alteza.

—¿Qué estás tratando de decirme?

—No debí haberlo retado y mucho menos haber entrado a sus aposentos en su ausencia —el príncipe dio un paso hacia ella—. Envié una imagen equivocada de mis verdaderas intenciones y los dos olvidamos que la única razón por la que yo sigo aquí es porque usted no me deja irme.

Fionn permaneció en silencio analizando lo que le había dicho mientras el corazón de Lena latía a una velocidad inigualable, completamente ansiosa por ir a esconderse en su habitación y rogarle a los dioses por no volver a verlo.

—Si estás actuando así por el beso que intenté darte, me disculpo, no debí hacerlo —dijo finalmente Fionn.

—El problema no es ése —negó con la cabeza y sus manos comenzaron a sudar—. Es sólo que cuando te veo... —tragó saliva— sentí algo que creí que había muerto con alguien tiempo atrás y no deseo volver a sentirlo —confesó.

Lena se relamió los labios e intentó apartarse de él pero las manos callosas del príncipe sujetaron las de ella impidiéndoselo. Estaban tan retirados de las ventanas del castillo que era equivalente a estar solos y eso fue lo que le dio la valentía para tratar fallidamente de deshacerse de su agarre.

Heredera de CenizasWhere stories live. Discover now