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Sus brazos le temblaban continuamente, claro aviso de que no tardarían en quebrarse. El pie del General Dankworth sobre su espalda estaba volviéndose más pesado conforme los largos segundos pasaban y ella seguía sin lograr bajar para hacer la lagartija completa. Era como si la bestia le echara dos rocas a la bota con la que pisaba su espalda cada vez que los brazos de Lena flaqueaban, y ella sabía que él estaba disfrutando su sufrimiento. Tomó aire y volvió a intentarlo, pero falló. Su cara se encontró con el duro suelo, al instante él le gritó que regresara a su posición y bajara de una puta vez. Al parecer la obligaría a alcanzar el músculo que le hacía falta en una sola sesión de entrenamiento. Está loco, pensó Lena.

El sudor escurría de su frente como si fuera una cascada, sentía su rostro caliente y apostaba a que estaba enrojecido. La sensación de estar pegajosa en todas las partes de su cuerpo ya estaba incomodándola, necesitaba un descanso y un baño. El recuerdo del príncipe Fionn empapado en sudor vino a su mente y esperó que no estuviera igual de apestosa aunque si el General seguía empeñado en hacerla sufrir por lo menos tendría que soportar su olor.

Después de que el príncipe heredero la hubiera dejado a solas con el General el día anterior realmente ninguno de los dos quiso hablar sobre su discusión, se limitaron a caminar en silencio mientras el General le enseñaba como llegar a la Sala de Entrenamiento sin ser vista y eso fue todo. No se despidió, ni le dio recomendaciones para su primera clase y tampoco ella le agradeció. Había sido tan incómodo para Lena caminar junto al remolino de músculos y espadas que era Skandar Dankworth, con cada paso que daban ella percibía como el mármol temblaba bajo sus pies además la expresión facial del General no abandonó la seriedad nunca. Era como caminar con una montaña. Él era enorme e inamovible. A pesar de que habían creado algún tipo de pacto silencioso para no volver a tocar el tema que los hizo discutir, por la intensidad del entrenamiento al que la estaba sometiendo desde hacía horas Lena empezaba a creer que él seguía molesto y se estaba desquitando con ella de esa manera.

—Baja bien, o harás otras veinte —le advirtió con una voz severa haciendo presión en su espalda mientras Lena seguía sin poder flexionar sus codos, estaba atrapada en una plancha interminable que también ya estaba acabando a su abdomen. Todo su cuerpo suplicaba un descanso.

—Llevo una hora haciendo esto, ya no siento mis brazos —se quejó peleando contra la fuerza de Skandar que la presionaba hacia el suelo.

La luz del sol caía directamente en su cara, acalorándola aún más y aunado a que no había ni una sola corriente de aire ya que los ventanales estaban cerrados, era como si estuviera encerrada en un horno de leña.

—Para de lloriquear y continúa —ordenó pisando su espalda con más fuerza. Lena realizó una lagartija más antes de caer rendida en el piso brillante, la loza fría se sentía como el cielo en su rostro y sus brazos se lo agradecieron—. Levántate —ordenó todavía con su pie sobre ella.

Lena no se movió, al contrario, se deleitó de la frescura del piso. Nunca antes había estado bajo ningún acondicionamiento físico, por supuesto que su cuerpo estaría agotado después de todo a lo que la había sometido. Tal vez el General no había deducido todavía que la razón de la delgadez de Lena se debía a que su alimentación siempre había sido justa, no porque se ejercitara cada día.

—Hemos pasado toda la mañana trabajando, estoy cansada y la última vez que tomé agua fue antes de que me obligaras a darle cien vueltas a la sala —reprochó sin despegar su húmeda mejilla del suelo, la frescura del piso era como un oasis en el desierto para ella.

—¿Tienes sed? —un destello de vergüenza denotó en su voz—. ¿Por qué no lo dijiste antes, Lena? —la preocupación en sus palabras la desconcertó y lo observó ir hacia la mesa junto a la entrada.

Heredera de CenizasTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang