Capítulo Cuatro

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Cuando le he dicho a Oriol que me siguiera, no esperaba que al hacerlo colocara uno de sus brazos alrededor de mi cintura para ayudarme a caminar y evitar así a todo aquel que pudiera acercarse y molestarnos. Es un gesto simple de protección, pero me gusta cómo se siente. Me gusta que su cuerpo esté cerca del mío.

Mientras andamos sopeso de forma rápida las dos opciones que tengo. La primera es salir a la calle, aunque me muera de frío. Con la gente que suele salir a fumar o a hablar no estaríamos completamente a solas, y eso haría todo más sencillo; mi impulsividad no ganaría la partida.La segunda es llevarlo a los vestuarios, donde sé que no van a molestarnos y donde sé que acabaré por cumplir todo lo que mi mente ha estado imaginando estos días con él.

No sé por qué le doy tantas vueltas. Me gusta complicarme la vida y sé que voy a elegir la segunda opción. Ya tendré tiempo de arrepentirme más tarde, si es que lo hago.

Al entrar, no cierro la puerta con pestillo —más que nada porque eso ya sería ponerme una diana más grande a mí misma—, y espero a que diga algo. No lo hace de inmediato, se limita a observarme de arriba abajo, fijándose en mis piernas. Hago lo mismo. Hoy no va igual de arreglado que la primera vez que lo vi, pero se nota que tiene un estilo muy marcado; elegante y de prendas caras que le quedan a la perfección.

Además, hay algo en sus ojos, en la forma en la que me mira, que hace que me quede quieta, como si estuviera buscando una aprobación por su parte. ¿Le gustará lo que ve?

—¿Ya estás cómoda con una falda para trabajar?

¿Es preocupación o solo interés? ¿O es que está pensando en cómo quitármela? ¿Quiere arrancarme la ropa a tiras?

—Mucho, gracias por preguntar.

Él no tiene porqué saber que debajo llevo unos shorts de seguridad para evitar posibles accidentes.

—Yizhuo, Yizhuo... —Ahora escucho a la perfección la forma en la que pronuncia mi nombre. Y resulta muy atractivo escucharlo en sus labios—. Te gusta jugar, ¿no?

—Depende de a qué.

—Jugar conmigo puede ser peligroso.

—De nuevo, hablas mucho, pero...

Antes de que pueda darme cuenta, se ha acercado tanto que, por inercia, me he apoyado en una de las paredes.

Oriol aprovecha para ponerse delante de mí y, en lugar de sentirme incómoda, ocurre todo lo contrario: la cercanía despierta algo en mí.

—No voy a hacer nada que tú no me pidas que haga —asegura. Me coloca bien un mechón detrás de la oreja y vuelve a agarrarme la cintura, esta vez de forma más posesiva—. Pero vas a tener que pedirlo.

—¿Y si lo que quiero es hablar?

Oriol esboza una pequeña sonrisa llena de picardía y me mira de tal forma que me siento como una presa justo antes de ser atrapada, a su completa merced.

¿Podría irme? Totalmente. ¿Quiero hacerlo? En absoluto.

—Entonces, hablemos —murmura con un tono más grave—. ¿Algo qué quieras saber de mí? —Aprieto los labios; no puedo pensar con claridad en este momento. Que esté tan cerca solo me hace querer caer en la tentación—. ¿Te ha mordido la lengua el gato de repente?

—Quizá quiero que me la muerda otra persona...

Él se relame el labio inferior y yo, como ya estoy perdida, se lo miro de forma más que evidente. Quiero que me bese, quiero que el cosquilleo que tengo desparezca.

Entre mil cariciasWhere stories live. Discover now