Capítulo Veintidós

4.1K 281 121
                                    

Después de ese beso no puedo evitar preguntarme qué es lo que nos depara el futuro. ¿Qué puedo esperar de Oriol? ¿Seguirá con la misma actitud o acabaré decepcionándome?

Tampoco tengo muy claro si yo estaré a la altura que espera de mí, si espera algo claro. Solo he tenido una pareja formal en mi adolescencia, todas las personas que han venido después no han llegado a hacerme sentir ni una mínima parte de lo que consigue Oriol.

Suspiro de forma disimulada, no es momento de pensar en los y si ni en las cosas hipotéticas, tengo que disfrutar del momento.

—Creo que la comida se nos ha quedado fría —murmuro una vez que nos hemos vuelto a sentar, cada uno en su silla—. Es una pena, tiene una pinta estupenda.

—Sinceramente, me da bastante igual —reconoce y me observa muy fijamente. Intento mantenerla la mirada, pero acabo por bajarla, si me mira así me siento un poco intimidada por la intensidad que veo—. ¿Te he dicho ya lo guapa que estás hoy?

Está feliz y se le nota, tampoco quiere ocultarlo, no deja de sonreír. Verlo así es hacerlo en una faceta nueva, una mucho más relajada y confiada. Siempre he tenido la sensación de que contiene su ánimo y reprime sus palabras, como si tuviese miedo de expresarlas. Ahora, después de nuestra conversación, entiendo mucho mejor el motivo; necesita tener el control total, hasta de sus propias emociones.

—Ya, pero a mí no —lo chincho, ignorando su piropo y centrándome en la comida, como si fuese lo más importante—. Tengo muchísima hambre y tiene un aspecto delicioso.

Cojo los palillos, porque los hay además de cubiertos, y pruebo el plato. Un jadeo de satisfacción se escapa de mi boca, está delicioso. Nunca he probado algo así, es una mezcla perfecta entre los sabores típicos de la tradición con el toque mediterráneo.

—Yizhuo.

Enarco una ceja cuando me llama. Vuelvo a mirarlo, él aún no ha probado nada de su plato, ¿a qué está esperando? Si no empieza se le quedará aún más frío o se lo robaré yo, porque seguro que lo suyo también está delicioso.

—¿Qué pasa? —pregunto mientras como un poco más. No puedo parar, es que creo que se ha convertido en una de mis comidas preferidas—. ¿Vas a contestar o...?

—No puedes hacer esa clase de sonidos en público —me avisa, con la voz un poco más grave de lo habitual.

—¿Por qué?

—Al escucharte mi mente va a otro lado —bisbisea, chasqueando un poco la lengua.

—¿Y ese es...?

Es muy obvio cuál, lo he entendido a la primera; sin embargo, por mucho que ahora seamos pareja, no dejaré de sacarlo de quicio ni meterme con él porque es muy divertido. La manera en la que su expresión se contrae entre molesto y divertido es una de mis cosas preferidas de él.

No responde, por lo que aprovecho para llevarme otro bocado a la boca y emitir otro gemido de placer, esta vez queriendo. Al hacerlo, me fijo muy bien en su reacción, en la manera en la que traga saliva sin dejar de prestarme atención, o en como sus ojos se vuelven más oscuros porque la pupila se le dilata y ocupa casi todo su iris.

Creo que no podré acostumbrarme nunca a la forma en la que me mira, como si me comiese con los ojos. Hace que me sienta poderosa, como si estuviese en mis manos hacerle perder el control con simples acciones y palabras. Lo curioso es que también tengo la sensación de que él es capaz de conseguir lo mismo conmigo.

—Yizhuo.

Es un aviso para que no siga, que estoy tentado a la suerte y que las consecuencias, porque seguro que las hay, serán desastrosas. ¿Le haré caso? Para nada. Si tiene que castigarme, lo aceptaré; si me encanta que lo haga.

Entre mil cariciasWhere stories live. Discover now