Capítulo Veintiséis

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Por mi propia comodidad, porque ir en tren no es que me apasione, he aceptado que Oriol venga a buscarme.

Él no ha tardado en responder con un mensaje de audio, que me he guardado en favorito porque su voz es un deleite de escuchar, y le he dicho el punto en el que puede recogerme.

No es la casa de mis padres, no estoy loca, pero es un sitio bastante reconocible y que puede encontrar con facilidad si pone la dirección en el navegador. Puede ser un pueblo no muy grande, pero al menos tenemos una estación de tren, que ya es mucho.

Mi hermana, tal y como me había asegurado, me ha ayudado para que pueda ir sola; la mayoría de veces mis padres me acompañan porque así se quedan más tranquilos y se despiden mejor, sin prisas y se aseguran de que coja el tren correcto.

Me siento en uno de los bancos que hay, colocándome mejor la bufanda —hace mucho frío—, esperando que Oriol llegue y que no haya nadie conocido cerca.

Reconozco su coche de inmediato y me levanto. Como es habitual en él llega un poco antes de tiempo, es extremadamente puntual. Sin esperar a que baje para saludarme, dejo la mochila que llevo para mis cosas de estos días en la parte de atrás y me siento en el asiento del copiloto. O lo intento al menos, porque hay un caja de bombones que cojo de inmediato para no chafarlos.

—Feliz Navidad, preciosa. —Cuando me siento, acorta la distancia entre los dos para besarme de forma dulce. No hace ni tres días que nos vemos, pero he echado de menos estas cosas. Y a él, aunque no se lo reconoceré en voz alta si me pregunta—. ¿Cómo estás? ¿Ha ido bien con tu familia?

—Muy bien, mis sobrinos están encantados con los regalos. Los míos han sido sus preferidos —digo y alzo la caja de bombones con la mano—. ¿Son para mí? —pregunto lo que me interesa. Tienen demasiada buena pinta como para ignorarlos.

—¿Para quién si no? —comenta, disimulando una sonrisa, casi como si esperase que cuestionara eso—. Es un detalle para que veas que te he echado de menos.

Sonrío sin poder evitarlo. Me gusta escucharlo, ver que él no tiene miedo de reconocer lo que es obvio. Podría hacer lo mismo, admitirlo, pero no le daré ese placer. No todavía. Soy muy cariñosa, me encanta el contacto físico; no obstante, me cuesta verbalizar mis sentimientos o lo que pienso.

—No han sido tantos días —le resto importancia.

—¿Y tú a mí no me has echado de menos?

Mmm... —Hago una pausa dramática para ver si insiste. No es el caso, yo en su lugar ya lo hubiera hecho. Envidio su saber estar y paciencia—. He echado de menos tus manos.

Y lo que me hace con ellas; me ha malacostumbrado a ciertas cosas que quiero tener a diario. ¿Quién no querría los orgasmos que me regala con ellas?

—¿Solo eso? —Niega con la cabeza con resignación, y aprovecho para besarle la mejilla—. Espero que te gusten.

—Seguro que sí, sabes que si me sobornas con comida soy feliz.

Me pongo el cinturón y él arranca. No puedo evitar quedarme embobada mientras maniobra con una sola mano. Debería ser ilegal ser tan guapo. Es que hasta los gestos más simples y casuales me parecen atractivos.

¿Habrá algo en él que no me guste? Lo dudo, cualquier cosa que hace me enciende. Soy bien fácil si es Oriol el que está a mi lado.

—Deja de mirarme así, Yizhuo —pide, conteniendo una risa, una que no tarda en salir—. Voy a desgastarme.

—Es que no sé si quiero comer los bombones o a ti —admito, encogiéndome de hombros. Me relamo los labios y sigo devorándolo con los ojos—. Creo que lo segundo —murmuro algo dudosa—. Sí, definitivamente a ti —acabo por decir.

Entre mil cariciasWhere stories live. Discover now