Capítulo Veinticuatro

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Suspiro de frustración delante del ordenador, y bajo la cabeza para casi golpearme con la mesa. Escucho la risa de Oriol al verme, y le agradezco con la mirada que me traiga un vaso de agua. No hace mucho que nos hemos levantado y antes de que se haga tarde, he decidido avanzar un poco con todo lo académico para así poder pasar el resto del día con él antes de irme a trabajar. Por eso estoy tan saturada, el derecho me drena la energía.

Al saber que pasaría el fin de semana aquí, antes de irme a trabajar había preparado una mochila con todo lo necesario y básico, además de cosas de la universidad y del máster para adelantar trabajo.

¿Me apetecía? En absoluto, pero tenía que hacerlo para que mis notas del máster no se resintieran aún más. Si lo hacían, no sabía cómo miraría a mis padres cuando los viese dentro de poco y les contase cómo me iba.

—¿Qué te tiene así? —pregunta con curiosidad. Antes de que pueda responder, se coloca detrás de mí, apoyando la cabeza en mi hombro, y mira los apuntes en la pantalla del ordenador al igual que las notas que tengo desperdigadas encima de la mesa para aclararme un poco—. ¿Tienes examen?

—Sí, justo antes de las supuestas vacaciones de Navidad. —Giro la cabeza un poco para poderlo mirar. No me cansaré nunca de hacerlo. Qué guapo es. Sus facciones son perfectas, nada de su rostro desentona, ni su nariz algo torcida. Todo en él me gusta—. Tampoco es tanto, el problema es que también se me están juntando con cosas de la universidad y me estoy agobiando.

Y cuando lo hago, soy muy caótica —más de lo habitual en mí—, y acabo por desesperarme más.

—Compaginar universidad, trabajo y un máster es mucho, Yizhuo. —Me besa el cuello y cierro los ojos. Solo él es capaz de hacer que algo tan simple me erice la piel—. Estoy orgulloso de lo que haces y de ti.

—¿Muy orgulloso?

—Muchísimo —confirma. Yo sonrío y dejo el bolígrafo que tengo en las manos para poderle acariciar la mejilla—. ¿Tienes hambre?

Oriol había cumplido su palabra y al salir de trabajar, me estaba esperando con un mocha blanco para mí. Una vez que llegamos a su piso, desayunamos algo suave para acostarnos y dormir. No iba a negar que me apetecía mucho tener sexo —con él siempre—, pero me apetecía más dormir de lo cansada que estaba; había sido una noche muy dura y llena de trabajo. Él lo había entendido, ofreciéndome sus brazos para que me acurrucase y descansase mejor.

En otras palabras, había dormido como un bebé.

—Un poco —reconozco y me relamo el labio inferior.

—Si quieres podemos ir a un restaurante que me gusta y creo que a ti también lo hará —sugiere, arrugando un poco la nariz, pensando bien las opciones—. No está muy lejos, iríamos andando.

Me sorprende que no haya captado mi indirecta. Sí, tengo hambre de comida —de eso siempre—, pero más de él. Así también podría quitarme la frustración que me da todo lo relacionado con el derecho. ¿Qué mejor forma de hacerlo que teniendo un buen orgasmo?

—¿Tú vas a estar en el menú?

—En todo caso, tú vas a estar el mío —rebate con una gran sonrisa. Ya está acostumbrado a mis comentarios y ocurrencias. Son parte de mi encanto—. Eres mi comida preferida.

—¿Y por qué no me estás devorando? —murmuro, imaginándome mil situaciones posibles en las que lo hace—. ¿No tienes antojo de mí?

Yo tumbada en la mesa, él dándome placer con la boca... Trago saliva de pensarlo. Qué buena idea he tenido. Espero que la cumpla.

Entre mil cariciasWhere stories live. Discover now