Capítulo Diecisiete

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¿Oriol tiene un hijo?

¿Es ese su secreto inconfesable y oscuro que tanto he dado por hecho que tenía?

En el caso que lo sea, porque estoy intentando no sacar una conclusión precipitada, tampoco es importante. No me molesta en absoluto, es su pasado y no es algo que yo pueda cambiar; lo que sí lo hace es que me lo haya ocultado.

¿Por qué lo ha hecho? Mi opinión de él no cambiaría por algo tan simple. ¿Es que no considera que merezca saberlo? ¿No soy ni una milésima parte de importante para él para que me lo cuente?

Aprieto los labios, esperando a que sea el que empiece a hablar porque yo no sé qué decir. Estoy sin palabras.

Oriol me mira, está bastante sorprendido de verme y se le nota. La forma en la que entrecierra los ojos, buscando una explicación a mi visita, le delata. Tampoco puede culparme. ¿Esperaba que me quedase sin hacer nada cuando me ha ignorado? No es mi estilo, menos aún con lo impulsiva que soy.

Si he venido aquí sin pensármelo mucho, si lo hubiese hecho seguiría en mi casa.

—Yizhuo —saluda en un tono de voz al que no estoy nada acostumbrada. Es casi imperceptible y lleno de duda—. ¿Qué haces aquí?

El bebé que tiene en brazos, que estaba medio dormido, abre los ojos y me examina lleno de curiosidad. A simple vista, no les veo un parecido. Pero ¿si no es suyo de quién es? Porque no tiene hermanos.

—Venir a verte —murmuro. Estoy haciendo mi mayor esfuerzo para parecer calmada, como si mi mente no estuviera elucubrando mil teorías del bebé y él—. Aunque no sé si llego en un buen momento.

Es obvio que no lo es. Solo espero que no me diga que hablamos otro día porque está ocupado. Si es así, el destino me estará dando una señal muy obvia; que me olvide de él.

Y yo no sé si podré hacerlo sin tener un cierre claro y una explicación decente. ¿Soy masoquista? Totalmente. Con Oriol siempre.

—No mucho —concede y aprieta los labios. El silencio se hace eterno, y empiezo a impacientarme—. Pasa.

Se hace a un lado y entro en su piso. Al verlo, contengo una carcajada por lo gracioso que me resulta. ¿Ha habido un terremoto y no me he dado cuenta? Está hecho un desastre, nada que ver con las veces que he estado aquí, donde todo estaba perfectamente ordenado y colocado. Hay juguetes por todos lados, sobre todo en el suelo, lo que hace que si no te fijas puedas tropezar.

Mientras observo todo, escucho los pasitos del bebé que antes tenía en brazos acercándose a mí, con esos pasos tan característicos de alguien que ha empezado a andar no hace mucho, con la cabeza echada hacia delante. Me agacho, para estar casi a su misma altura y me sonríe de inmediato. Qué risueño es.

—Hej.

Vale, no sé qué idioma es este, pero supongo que acaba de saludarme.

—Hola, ¿cómo te llamas?

Creo que me entiende, pero no responde, vuelve a sonreírme y los ojos, de un color que no sabría decir con exactitud —parecen entre grises, azules y verdes—, se le iluminan. Es adorable, de estos niños de anuncio que ves y quieres tener varios; al menos hasta que vuelves a la realidad y te das cuenta de que es una locura.

—Se llama Pol —el que responde es Oriol, recogiendo un poco lo que hay en el suelo, con una clara mueca en el rostro de disgusto. El desorden no le gusta en absoluto—. Entiende todo, pero no creo que te responda.

—¿Todo?

—Sí, por sus padres. —Suspiro de alivio lo más disimulado que puedo, no es su hijo—. Viven en Suecia, pero ninguno es de ahí, por lo que le hablan en inglés, castellano, catalán y sueco. Un cacao mental en mi opinión para alguien tan pequeño, pero no es mi hijo, así que...

Entre mil cariciasWhere stories live. Discover now