Fase uno

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Tras ochenta y dos horas de silencio e inmovilidad, la compuerta principal de la nave humana se abrió. Miríadas de nanosensores se activaron al detectar la presión en la superficie y comenzaron a medir peso, temperatura, concentración de dióxido de carbono en el aire... Los datos fueron llegando en oleadas a la inteligencia central, el cerebro de la nave extraterrestre, ubicado en el centro, que se encargaba de la interpretación: tres individuos habían salido, enfundados en sus trajes espaciales, y caminaban con lentitud. Los pies apoyaban primero el talón y, de a poco, iban aplastando los enjambres de sensores microscópicos hasta llegar a la punta para dejar que descansara todo el peso en la planta y, en seguida, dar inicio al paso siguiente despegando el talón, arco y punta en el mismo orden en que había pisado.

Los pequeños e incontables ojos de las paredes le mostraron a la inteligencia que los exploradores tenían forma humana, en efecto, y que era probable que se tratara de dos mujeres, una visiblemente más joven y voluminosa que la otra, y un hombre delgado.

El grupo se alejó unos pocos pasos hasta que la mujer menuda levantó una mano y los tres se detuvieron casi al mismo tiempo. Una luz, muy lejos de allí, se encendió cuando la entidad asentó en su memoria que había encontrado a la probable líder del grupo.

Los tres seres se reunieron, parecieron intercambiar información —la inteligencia central ya sabía que los humanos se comunicaban de forma verbal; sin embargo, los innumerables sensores destinados a registrar ondas sonoras no habían podido detectar señales claras— y extendieron los brazos en distintas direcciones, cada uno con un objeto en la mano. La interpretación fue que se trataba de un nuevo sondeo, que se sumaba a los ya hechos desde el interior de la nave humana. El sistema de seguridad estuvo a punto de activarse ante esta nueva información, pero un algoritmo específico lo desactivó antes de que se pudiera formular siquiera la orden. La observación no se vio interrumpida; de hecho, la inteligencia apenas registró el percance.

Transcurridos apenas cuarenta y cinco segundos, los exploradores se reunieron otra vez. Observaban los objetos, tanto los propios como los de sus compañeros, movían las cabezas hacia uno o hacia otro, y, por momentos, a su alrededor. Por fin, el que había sido descrito como hombre delgado, levantó las dos manos hacia su propio casco y se lo quitó.

Hasta ese punto, la inteligencia había permanecido expectante. Si bien los datos que iba recibiendo eran correctos —ya que los sensores se encontraban en estado óptimo; de hecho, hasta ese momento no se habían usado nunca—, la interpretación presentaba un margen de error que, según los estándares establecidos por los creadores, no debía ser despreciado.

Solo cuando la imagen de los rasgos indudablemente humanos del hombre confirmó que las hipótesis eran las correctas, el cerebro dirigió su atención a otras partes de la nave extraterrestre y comenzó a trabajar.

Había llegado el momento de iniciar la fase dos.


El último viaje de la GorodischerWhere stories live. Discover now