Una especie de fideo recién colado

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Bitácora de la capitana Águeda... No tengo nada de ganas de hacer esto, pero, si no lo hago ahora, es probable que lo lamente más adelante porque se me va a olvidar; de hecho, ya se me están olvidando algunas cosas. Pasaron dos días desde la expedición a la nave extraterrestre y todavía estoy tratando de entender lo que pasa, o sea, no, en realidad, sí lo entiendo, pero no lo entiendo... ¿Se entiende? Necesito ordenarme, pero no tengo idea cómo, es todo tan... tan... demasiado. Sí, demasiado grande, no puedo aceptarlo, no puedo, no...

Sí, sí puedo, soy la capitana, carajo. La tripulación está peor. El que no perdió a su familia o parte de ella perdió a sus amigos, por eso les di dos días de duelo; me habría gustado darles más, pero tengo una sensación en el cuerpo que me dice que el tiempo es un lujo que no nos podemos dar, así que, mientras ellos se toman el descanso, estuve revisando por mi cuenta las mediciones de los instrumentos cuando llegamos a NeoLuján y los comparé con los de la nave extraterrestre: todo coincide. Hasta el último decimal. Lo mismo con las lecturas que obtuvimos en la salida que hice con Olivia y Adriano, y los valores promedio de la Goro: la luminosidad, la proporción de los gases en el aire, todo, todo coincide, salvo la falta absoluta de microorganismos que detectamos antes de salir, porque ahora que estuvimos afuera, resulta que dispersamos los nuestros por el depósito. La única explicación sería que nos estudiaron en algún momento antes de que los viéramos, lo cual querría decir que nos siguieron, pero... ¿desde cuándo? ¿Y cómo es que no lo detectamos? Deben tener alguna clase de tecnología de ocultamiento que no conocemos todavía.

Con respecto a la exploración, confirmamos todos los datos que obtuvimos en las lecturas preliminares. El recinto es enorme, podíamos oír el eco de nuestros pasos y nuestras voces y de todos los ruidos que hacíamos; la iluminación es casi idéntica a la del sol terrestre —y, por lo tanto, de la Goro—, algo menos cálido, quizá, pero fluctúa con una precisión sorprendente a lo largo de las veinticuatro horas. Me llama la atención, mejor dicho, me gustaría saber cómo es que lograron el efecto de forma artificial.

De cualquier manera, lo que me pareció más loco fue la ausencia absoluta de olor; ese aire fue lo más inodoro que he olido en mi vida, si es que algo de eso tiene sentido; es como que hasta ese momento solo había creído no oler nada en determinadas ocasiones, y este aire me demostró lo equivocada que estaba, así de inverosímil es lo puro que es. De hecho, en un momento, hasta se me ocurrió acercar la nariz al piso para ver si olía algo, pero nada, la nave misma parece no tener olor propio, es una locura. Con decir que podía distinguir el perfume de la colonia para después de afeitar de Adriano, que estaba como a tres metros.

Y en eso aparecieron los androides. El susto que nos dimos. Están hechos de un metal que nos pudimos identificar; a diferencia de las paredes y el piso del depósito, los instrumentos no reconocieron el metal, mejor dicho, los valores son muy confusos; de cualquier manera, se notaba a simple vista porque tienen un brillo que ninguno de nosotros había visto jamás. Sin embargo, lo más raro no fue esto, ni que no pudimos obtener ninguna información con respecto a los materiales que tienen en su interior. No, señor, lo más espeluznante es su aspecto, o, a lo mejor, es la forma de moverse, no sé, o, tal vez, sea una mezcla de las dos cosas. Dudo que alguien vaya a escuchar esto, pero imagínense un muñeco metálico de dos metros de alto sin cara, o sea, que donde debería tener la cara hay una superficie completamente lisa, de modo que una puede verse reflejada en ella, cuyo cuerpo no se mueve como un ser humano ni un robot ni un androide, ni siquiera como una marioneta, sino como una especie de fideo recién colado, ondulando los miembros y adoptando las posturas más incómodas para una figura humanoide, y una voz sorprendentemente cálida que habla entrecortándose a cada rato, como si tuviera que pensar con cuidado todo lo que dice. Ah, pero súper amables, eh, estoy segura de que ni una maestra jardinera ni el botones del hotel más caro de la galaxia tiene una paciencia tan infinita como estas... cosas. De hecho, desde que los dejamos hace dos días, están ahí, parados en el mismo lugar donde hablaron con nosotros; no se movieron ni un milímetro, no tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas.

La verdad es que tuve que volver a la nave, no pueden pretender que oigamos que nuestro hogar fue arrasado, que todas las persona que conocíamos desaparecieron y nos quedemos tan tranquilos, somos seres humanos, por el amor de Zeus, algunos miembros de la tripulación se quedaron completamente solos. Por primera vez en dos años doy gracias por que mi familia se encuentra en la Tierra..., bueno, en el Sistema Solar, bah. Menos el innombrable, por supuesto. No se me malinterprete, todavía me cuesta asimilar la destrucción total de los habitantes de un planeta entero, pero mi gente está devastada, me estoy empezando a preocupar por su salud mental.

Mañana se terminan los dos días que les di. Después del desayuno, voy a tantear el terreno; si los veo bien, nos pondremos a trabajar; hay varias cosas de las que dijeron los androides sobre lo que me gustaría escuchar otras opiniones. Si los veo mal... A quién quiero engañar; lo más probable es que estén como el orto, más me vale que me ponga a pensar un discurso motivacional para levantarles un poco el ánimo, como los que nos hacían escribir en la academia cuando nos olvidábamos de entregar la tarea o llegábamos tarde a clase.


El último viaje de la GorodischerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora